A los animales, al igual que al planeta Tierra, le sobran los seres humanos. Un vistazo rápido a cómo se comportan algunas especies en libertad en el Parque Natural de Etosha, en Namibia, me da la razón. Las cebras pastan tranquilas, igual que los antílopes, los ñus y toda esta suerte de equinos o similares. Vale, puede que en la siesta de la tarde venga un león y se los meriende. Forma parte del ciclo de la vida, pequeño Simba. Aquí nadie mata sin una razón.
Los rinocerontes, al menos los pocos que quedan, son los amos del lugar, no hay quién les tosa. Lo mismo pasa con los hipopótamos, un simpático bichejo de tropecientas toneladas que mata al año a más personas en Africa que el león. Ellos tienen la suerte de que su solomillo no está entre las delicatessen de un paladar tan exquisito como el del Rey de la Selva. En cambio, los rinocerontes están en peligro de extinción porque al ser humano le gusta decorar su hogar desmembrándolos. Ya nos podríamos cortar otras cosas que a más de uno le cuelgan de adorno y no navideño, precisamente.
Para que lo entiendas, amigo lector, si te sentases aquí a mi lado ahora mismo te darías cuenta de que los animales en libertad son solo eso, animales en libertad. Tremendamente felices por dar rienda suelta a sus instintos. Verías, por ejemplo, unas hienas devorando unos restos que apestan a putrefacción mientras un par de buitres aguardan un descuido, varios elefantes en una charca embadurnándose de barro para sobrellevar los 40º grados a la sombra o un tucán muy curioso yendo y viniendo sin saber exactamente hacia dónde.
Verías, como te comento, que ni tu ni yo pintamos nada aquí. Y que puede que la evolución, la rueda, el fuego y las croquetas de cocido nos hayan puesto al frente de la escala evolutiva pero que para ser felices tenemos que estar pendientes de los animales, preocuparnos por esto y aquello, ahogarnos en un mar de problemas, en lugar de tumbarnos y pegarnos un baño de barro de escándalo, dando tumbos de aquí para allá, decidiendo si comeremos hojas verdes o muy verdes.
Ojo, que con mi capacidad crítica y mi habilidad para usar los pulgares estoy muy contento como simio aventajado, pero hay que reconocer que entre hipotecas, primas de riesgo, elecciones y fútbol, entre otros, en algún momento lo de ser felices se nos fue de las manos. Y, hablándote desde la llanura, tanta preocupación no sirve de nada si por la tarde viene un león y te merienda. O una maldita enfermedad.
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