Desde los añorados tiempos del Menorca Bàsquet pocas manifestaciones políticas, culturales o deportivas tienen la capacidad de seducción para reunir a más de un millar de personas en un solo acto celebrado en esta Isla.
La jura de bandera programada el domingo en la Plaza Explanada de Es Castell la tuvo. Fue una escenificación vistosa a cargo de civiles conducida por militares, esas gentes que despiertan tanta inquina en ciertos sectores de la izquierda más radical, todavía empecinada en asociar el uniforme con la dictadura pese a la profunda desmantelación y pérdida de relevancia experimentadas por el Ejército en las últimas dos décadas.
No hubo ofensas, menosprecios, ni politización más allá de las pinceladas patrióticas que incorporó el comandante jefe de Balears en su discurso.
Solo fue una muestra de adhesión popular a un símbolo con el que unos se identifican porque representa la unidad nacional y otros desprecian porque huyen de ella.
Esa es, esa debería ser, la libertad de cada uno que finaliza cuando invade y torpedea la de los demás.
La jura de bandera fue un acto abierto y libre que tuvo una aceptación indiscutible en función de su asistencia si se coteja con otras concentraciones en las que aparecen, fundamentalmente, sus organizadores y grupos reducidos de afines, aunque todas merecen el mismo respeto.
No se trata de magnificar lo que hacen unos y minimizar lo que hacen otros, pero sí es necesario apelar al respeto que no casa con la descalificación como han batallado en los comentarios de nuestra web a lo largo de la semana, muchos de ellos sin publicar debido a sus insultos.
Los mismos que apuestan por otro modelo de estado y rechazan la nacionalidad que aparece en su DNI argumentando que éste les oprime y cercena sus libertades son los que descalifican y menosprecian las de quienes piensan diferente a ellos. ¿En qué quedamos?