Se imaginan hablar, hablar, hablar, día sí y día también, sobre su trabajo, mantener reuniones, hacer declaraciones a los medios, no producir riqueza alguna, pillarse las vacaciones entre medio para desconectar de tanto frenesí laboral, ir cobrando un buen sueldo mientras tanto y colocar las urnas hasta tres veces porque nadie se baja de la burra y no hay acuerdo posible? Pues eso es, en lenguaje llano que no frívolo, lo que nos puede pasar si nada lo remedia de aquí a unas horas, cuando los diputados en el Congreso tengan a bien decidir si hay o no gobierno. Y no parece que el 'sí' entre PPy Ciudadanos garantice nada.
En cualquier empresa del mundo estarían todos despedidos -despido muy procedente-, con el bolsillo vacío a casita, a ver si así se aclaran las ideas, o las suavizan en aras de un objetivo que parecen olvidar: el bienestar y el progreso de un país. Y otro también a tener en cuenta: dejar de hacer un ridículo que traspasa ya nuestras fronteras, porque seríamos los únicos en ir a terceras elecciones.
Circula por internet la propuesta de suspensión de empleo y sueldo para los parlamentarios, a modo de pataleta, como lo es también la rebelión de ese alcalde de Tabera de Abajo, en Salamanca, que se niega a sacar las urnas el 25 de diciembre. No hace falta un análisis sesudo para llegar a la conclusión del hartazgo ciudadano, de que la broma de la insumisión o la objeción de conciencia electoral empieza a ser más que una guasa, y de que habrá una abstención sin precedentes si nos llaman a votar en Navidad, ya sea el día 18 o el 25.
Si salimos de este bloqueo político valdría la pena que se planteara una reforma del sistema electoral y se pensará en instaurar una segunda vuelta para evitar esta ingobernabilidad.