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La nostalgia es una de esas cosas que el imaginario popular se ha encargado de colocar y machacar como algo negativo con sentencias teñidas de tontuna como «cualquier tiempo pasado fue mejor». Cualquier tiempo pasado es pasado, simplemente, y puede que nos guste más o nos guste menos pero dudo que existan placeres mejores que el hecho de sentir el aquí y el ahora por la sencilla razón de que haciéndolo nos damos de bruces con el detalle de que aún estamos vivos.

La nostalgia forma parte de la vida. Sirve, en muchos casos, para dar portazo a situaciones, capítulos o momentos de nuestro ir y venir dando tumbos por la vida. Tumbos, cuántos tumbos que hemos dado y los que aún nos quedan. Pero te decía, amigo lector, la nostalgia a veces es el broche ideal a situaciones que creías infinitas.

El otro día sentí nostalgia cuando vi a Michael Phelps ganar su última medalla. No porque fuera la que hace 28 sino porque cerraba un capítulo de mi vida. Puso punto y final a un buen puñado de ratos de verano compartidos con el tiburón de Baltimore. En principio ya no lo volveré a ver compitiendo en unos Juegos y tras 12 años haciéndolo se me hará raro. Como te decía, podría ponerme cursi pero prefiero pensar que he tenido la suerte y el privilegio de verlo. También me pasará con Usain Bolt o con Casillas porque ya me pasó con el magnífico Raúl González Blanco.

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La nostalgia también me invadió con el final de mi serie preferida, «Cómo conocí a vuestra madre». Se trata de una comedia que me acompañó durante muchos años de mi vida, tiene nueve temporadas, y en muchos momentos en los que me llegué a sentir un miembro más del grupo o compartiendo los problemas de Ted Mosby. La verdad es que el último capítulo fue como un jarro de agua fría que te despierta y te viene a decir: «Colega, hoy empieza otra vida».

Estoy absolutamente convencido de que la nostalgia es algo más positivo que negativo. Por un lado te permite recordar y recordando también nos damos cuenta de que estamos vivos. ¿Duele? Y claro que lo hace porque a veces puede que cualquier momento del pasado nos parezca mejor que el aquí y el ahora. Pero te aseguro que difícilmente volverá y estancarse en el pasado es empezar a morir. Disfruta dando tumbos porque nunca sabes dónde puedes acabar, exprime el presente sazonándolo con toques del pasado para devorar el futuro. Y quién sabe…


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