Pues hoy, por lo de la calor, he plantado mi despacho debajo de una fresca nogala, al lado de mi dacha; por cierto, el otro día, un rayo me malbarató una buena parte de este precioso árbol, dejando mi querida nogala como si ésta viniera de la guerra. Por no pensar en el jodío rayo, me ha dado por pensar en la importancia que tiene, en ese oficio que tenemos los seres vivos a la hora de buscar pareja., los bichos que no tiene dimorfismo sexual, petirrojos, golondrinas, ruiseñores, etc., se las apañan con el canto.
La ruiseñora, por ejemplo, no dice este pico es mío. Pero amigo, ya hubiera querido Pavarotti, que dios tenga en su gloria, haber tenido la voz que tienen los ruiseñores machos o los machos de las golondrinas porque las hembras son sosas a más no poder. El perdigot que tiene 17 cantos diferentes, podría yo decir 17 registros, para marcar su territorio o para desafiar a cualquier otro galán que pudiera requerir de amores a su prometida: luego están los que fían su poder de seducción en la cosa óptica; miren ustedes un pato azulón y compárenlo con su hembra, un gallo con una gallina, una oropéndola macho y su pareja, un faisán y una faisana, un pavo real (el ave de los mil ojos) o su pava. Es que no hay color,
Pero no crean que es sólo en las aves. Fíjense en la testa coronada de un ciervo de 16 puntas y una cierva mocha. Observen a una pareja de leones. Miren una avutarda macho que bien puede pesar de 16 a 17 kilos y a una hembra que no llegará ni a los 7, cuando el macho hace la rueda. Algunas veces he conseguido ver el cortejo de una avutarda. El macho se convierte en una bola blanquecina, un espectáculo digno de ser contemplado. Es la ostentación elevada a la máxima categoría del ego y el narcisismo animal.
Creo yo que tampoco hace falta tanto para atraer a una pava: mira chica, esto es lo que hay, si sirve, pues vale, y si no, te quedas en ayunas…tú sabrás. Sin embargo, son escasas las hembras que se curran eso de buscar pareja, los machos se engalana, luchan y hasta matan para trasmitir sus genes, su poder o su idiotez, que de todo hay en la viña del señor. Pero las hembras, no le dan un palo al agua, sosas, ñoñas, como si eso de perpetuarse no les concerniera lo más mínimo; sobre todo en algunas especies porque también las hay finas y educadas que acuden al Chanel nº 5. Lo suyo es el olor que a los machos les vuelven tarumbas. Un perro, un zorro, un chacal, capturará con su fino olfato los efluvios de una hembra receptiva, que lo mismo el macho no ha visto nunca y la encontrará aunque ésta viva a varios kilómetros de distancia.
El ser humano es otra cosa. Aquí la hembra sí que se lo curra. Lleva desde los albores de Atapuerca en ese oficio, que ha convertido en arte, de saber cómo engalanarse. Cosa que el ancho hace mucho más torpemente, aunque algunos bienaventurados les sobra con una buena casa en la Costa Azul, otra en el centro de Roma y un Ferrari. Aquí el punto G lo tienen ellos justo en su cartera o en su chequera. En cualquier caso, eso de atraernos los unos a los otros, es tan antiguo como la vida. Tanto que la propia naturaleza nos ha tuneado el cuerpo, y si no, nos lo tuneamos nosotros a golpe de talonario.