Imagine que es propietario de un restaurante. Llega el verano, se cuadruplica la presencia de clientes pero aunque resulte tan paradójico como incomprensible usted observa como el personal del que dispone para atenderles no solo no se incrementa para adecuarlo a la demanda sino que se ve reducido.
Como consecuencia lo más probable es que acabe ofreciendo un servicio deficiente que le reportará disgustos y problemas. La alarmante falta de refuerzos en los cuerpos de seguridad del estado y en las policías locales no es que sea el mismo caso pero sí guarda parecidos más que razonables con el ejemplo expuesto. Menorca multiplica su población durante los meses punta del verano, colapasa sus carreteras, sus poblaciones y sus playas.
Las urbanizaciones son un hervidero de gente y, aunque el turismo sea más familiar que gamberrete, los sucesos se reproducen igualmente en cualquier circunstancia: hurtos, robos, accidentes de circulación o marítimos, peleas o trapicheos de droga, que también los hay, o los habituales casos de violencia de género. Es necesario, además, estar al quite semanalmente en las fiestas de pueblo y patrullar, tener presencia en las calles para ofrecer una sensación de seguridad que, de seguir por estos derroteros, se va a resentir tarde o temprano. Uno de los sindicatos de la Policía Nacional ha denunciado recientemente esta alarmante falta de efectivos contradiciendo a la delegación del gobierno en las islas que a principios de verano sacó pecho para relatar el desembarco masivo de policías y guardias civiles con los que dar cobertura a la masificación turística del archipiélago.
Será en Mallorca, porque aquí, salvo la presencia puntual de 21 agentes de la UPR en las fiestas de Sant Joan, ni están ni se les espera. Lo grave no es que no sean más, sino que incluso son menos por las bajas y las vacaciones del personal. Que no tengamos que lamentarlo algún día.