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Estamos que nos salimos. A pesar de los mosquitos tigre, nada bueno podía salir del cruce perverso entre un insecto y un felino, a pesar del caos en las conexiones aéreas, en vías de mejora, a pesar de que si entra un coche más en la Isla podremos atravesarla de punta a punta saltando de capó en capó. A pesar del cierre de las playas de Son Xoriguer y Cala en Bosc por el vertido tóxico, alguien tendrá que dar explicaciones de esta inmensa cagada pero ya. A pesar de los todo incluido que hacen más daño al turismo que la canción «La Salchipapa» a los tímpanos, estamos a tope, en la cresta de la ola de la temporada turística que parece ser la mejor en muchos años. Y debemos alegrarnos, hagan caja señores, que en cuanto el nuevo gobierno se ponga a legislar vamos a flipar todos en colores muy intensos.

Y en esta locura de chiringuitos, paellas, sangrías y puestas de sol en el Mediterráneo me acordé, punto nostálgico que me da tanto calor, de las vacaciones de Luisa, de «la Luisa», como la llamaban todos los que la querían.

Fue el verano de 1976, dios mío, miran que han detenido corruptos desde entonces, y la Luisa preparaba toda la intendencia para ir en coche desde Madrid hasta el apartamento en segunda línea que habían alquilado en Alicante. La Luisa preparaba las maletas de su marido y sus tres hijos, la Luisa preparaba las tortillas para el camino, la Luisa se encargaba de dejar la casa como los chorros del oro, la Luisa cerraba las llaves del gas, del agua y cerraba también todas las ventanas, la Luisa se encargaba de que nada le faltara a nadie. Mientras Pepe, el marido, un buen tipo pero muy de su época, esperaba abajo fumándose un cigarrito y sacándole brillo al retrovisor.

Al llegar al apartamento Pepe bajaba las maletas, aparcaba el coche y ahí empezaban sus vacaciones, paseos al chiringuito, tintos de verano y siestas eternas de las que se llamaban de pijama y orinal. La Luisa por el contrario tenía las suyas: deshacer las maletas, colocar todo en los armarios, darle un repaso al apartamento porque la habían educado a limpiar lo limpio, hacer la compra, cocinar, lavar los platos, preparar las bolsas de la playa con los tupper de pollo empanado, vigilar a los niños en la playa, deshacer las bolsas de la playa, preparar la cena, lavar los platos de la cena y esperar que los niños se durmieran para poner lavadoras con las toallas y los bañadores. Curraba lo mismo que en casa, solo que más cerca del mar.

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Así fueron pasando las vacaciones de la Luisa durante muchos años. Hasta que en el verano del 96 viajó sola a Menorca. Los niños se hicieron mayores, huyeron de la gran ciudad y uno de ellos acabo en la Isla. La Luisa tenía pánico a volar, pero el nacimiento de una nieta merecía el esfuerzo.

La Luisa aterrizó en Maó, la fueron a buscar en coche y se sentó en la mesa a saborear la paella de bienvenida y a besuquear a su nieta. La Luisa paseó por las playas de Menorca, comió en algunos restaurantes, se tomó incluso algún tinto de verano y durmió, como buena jubilada, alguna siesta junto a su nieta. A la Luisa le gustaba invitar a un heladito de media tarde a toda la familia y tirar del humor de su Sur de origen para echar unas risas.

Y los más bonito de aquellas dos semanas fue que, después de tantos años, la Luisa le dio un achuchón intenso de esos que solo dan las madres a su hijo, y le dijo que por fin supo lo que eran unas vacaciones de verdad. Ya ven, queridos lectores, solo podía ser en Menorca. Feliz verano.

conderechoareplicamenorca@gmail.com