A mis años todavía voy al gimnasio. A la hora que voy muchos jóvenes trabajan, y los que tienen vacaciones se tuestan en la playa dándose vuelta y vuelta, como si estuvieran en la parrilla de San Lorenzo; se broncean y acaso exhiben músculo ante las chiquitas que ya no ofrecen misterio alguno, porque ya no hay lugar a ocultar nada, ni siquiera las costumbres que en otro tiempo se habrían llamado licenciosas. Pero no, algún que otro muchacho sí se mata a hacer pesas, levantando una cantidad de quilos casi inverosímil y descargándolos en el suelo de sopetón, con lo que retiembla todo el piso, al tiempo que profiere un grito casi agónico, casi espeluznante. Lo que cuesta estar en forma. Pero también hay algún hombre de los que llaman de mediana edad, aunque no de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor, como habría querido Cervantes. Esos se lo toman con más calma. Con esos incluso se puede hablar mientras corres en la cinta, eso que en inglés se llama treadmill, que significa, literalmente, «molino de pisar», y que los diccionarios definen diciendo que se trata de una máquina de andar o de correr (walking or running machine). Total, que el otro día la máquina de correr estaba estropeada y mi amigo me dijo, en catalán de Menorca, està espanyada. Yo, naturalmente, aproveché para decirle que estaba espanyada como Espanya, y el hombre, muy serio, va y me dice que un poco sí, y que da mucha pena.
Les coses senzilles
Estropean el caldo
13/06/16 0:00
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