Aunque los diccionarios en general definen el «ego» en singular, como única representación de la personalidad humana, los psicoanalistas y demás curanderos ontológicos lo subdividen, adjetivándolos según su variada y distinta condición: el ego agnóstico, el ego neurótico, el ego optimista, el ego político, el ego letraherido, etcétera.…
He situado mi ego agnóstico como el primero de la lista. Ello es que dada mi edad (los 84 cumplidos y consecuente deterioro neuro-vegetativo), es el que mayor presencia exhibe sobre el plasma televisivo, procedente, claro está, del plasma cerebral. Cada noche durante los últimos dos años, sentado frente al telediario de TV 1, (la única ración de tele con que me flagelo), y mientras caen miles de bombas, mueren cientos de miles de seres humanos, cientos de niños quedan huérfanos, en un espectáculo de terror, sangre y hambre, entonces mi agnóstico pregunta: «Transcurridos dos mil siglos y medio desde la encarnación de Jesús-Dios, ¿se ha dedicado Él a salvarnos alguna vez de nuestros desastres terrenales, que era todo el propósito de su venida?» En su novela «La Peste», Camus pasea con el padre Rieju (cito de memoria), y entonces pasa un camión que aplasta a un niño. Camus, levanta su índice hacia el Cielo y dirigiéndose al jesuíta, le dice: «Pero Él guarda silencio». Cuando las miradas y plegarias de tantos cristianos y musulmanes se elevan hacia el cielo, a mi agnóstico le viene la llorera…