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Me quedé patidifuso cuando un vástago de la buena sociedad isleña me dijo, literalmente: «Mi madre trabaja en cueros». Pensé que no eran cosas de las que alardear con el primer desconocido que se te pusiera por delante, de modo que por un momento no supe qué decir. Confieso que cuando al fin hablé no fue para quitar hierro con mi ocurrencia más delicada, porque dije: «Tu padre estará contento». La respuesta fue alucinante: «Sí, claro, él también trabaja en cueros». ¡Qué modernos! Imaginé que, cuando menos, en invierno tendrían una buena calefacción. Imaginé, también, que se trataba de un bar de despelote, o de un burdel refinado con bailarinas y todo. Creo que hasta se me subieron los colores a la cara. Por fortuna no llegué a meter la pata, porque ya estaba a punto de pedirle la dirección cuando el muchacho agregó: «Mi padre tiene un almacén de pieles, y mi madre lleva la tienda, donde vende bolsos, cinturones y demás». Creo que en lugar de «y demás» dijo: «Y toda la pesca». Menuda pesca. Piensa mal y acertarás. Yo había llegado a imaginar por un momento que se trataba de un pintor y su modelo, y que en lugar de pintar angelitos desnudos, convenientemente provistos de alitas en el cuello, pues… Ejem".

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A veces este tipo de confusiones y malentendidos pueden resultar trágicos. Es lo que le ocurrió a una embauladora novata que empezó a quejarse en voz alta, para escándalo de una nube de zapateros. Decía: «Que lenta, que lenta que vaig!». Se entiende que en la variante menorquina del catalán «Que lenta» suena igual que «Calenta». Son cosas que más vale no andar pregonando a los cuatro vientos. Algo así ocurrió también con el diminutivo del apellido Sintes, que entre nosotros vendría a ser Sintetes. Una señora castellana se escandalizó sobremanera y dijo «¡Sin tetas, no; pequeñitas las tendrá!...». Son confusiones a las que se presta el doble sentido de algunas palabras, la cacofonía –que cuando yo era pequeño confundía con la caca de un caco— y la homofonía de algunos términos que suenan igual y quieren decir cosas muy diferentes. Luego ya están las confusiones propias de quienes tienen dificultades con el lenguaje más cotidiano, como aquella señora que llamaba «amorosos» a los morosos, que por cierto no lo hacía adrede. Un día va y me dice: «Sa filleta ha fet una sepultura». Me la quedé mirando. Pensé: un poco joven para hacer una sepultura. Pero ella siguió hablando tan tranquila. Tardé un rato en entender que quería decir «una desimboltura».