Uf, menudo estrés. Ni te imaginas la cantidad de energía y de recursos que destinamos a nuestras vidas. El rollo de las redes sociales ha propiciado que muchos diseñemos varias vidas encaminadas a gustar o a recibir la aprobación de los demás y no al simple hecho de ser vividas y disfrutadas. Puede que lo que te diga no te guste, no lo compartas o no te hayas dado cuenta pero es una teoría que lleva días rondándome la cabeza.
Partimos del 'Yo', que es la base de todas nuestras vidas. Es aquello que hacemos y que es de lo más cotidiano. Actuaciones tan básicas que, visto en formato online, le importan un pepino al común de los mortales que nos rodean. Cosas tan sencillas que no merecen ser compartidas.
El siguiente escalón en esta teoría que me estoy sacando de la manga es el 'Mi'. Consiste en posesiones físicas o simbólicas que, en las redes, sirven para aparentar y generar algún tipo de sentimiento en la audiencia. Envidia, celos, asombro… ¿Me entiendes? Pueden ser las fotos de un viaje fantástico, la adquisición de un producto de la hostia o el hecho de estar viviendo una experiencia única. Vender, por ejemplo, que soy la repera porque me lo estoy pasando en grande, sin darme cuenta de que mientras presumo compartiendo no noto como se me escapa entre los dedos la posibilidad real de vivir y por lo tanto de exprimir aquel momento que vivo.
Sigue el 'Me', una especie de imagen proyectada de mí mismo. Venderle a todo aquel que vea mis fotos o mis videos que me gusta esto o aquello y que por lo tanto entre mis valores están uno o lo otro. Este punto de la teoría es el que más se utiliza a nivel laboral –sobre todo los que estamos tan locos que nos hacemos autónomos a pesar de que Papá Estado nos cruje a impuestos- y sirve para captar clientes.
Por último nos encontramos el 'Conmigo'. Consiste en recolectar, definir y compartir todo aquello que te encontrarás si, por ejemplo, sigues mi perfil en una red social, me contratas o lees mi columna semanal. Valores intrínsecos con los que cualquiera puede o no puede estar de acuerdo pero que definen, en parte, a aquel que los comparte.
Como te comentaba, hay quien es consciente de las diferentes vidas que tiene que gestionar y hay quién no. Tampoco, el hecho de tenerlas es algo malo, ni algo nuevo con motivo de los avances tecnológicos. El «aparentar o postureo» se ha llevado toda la vida. Pero entonces miro cuántas vidas tiene mi perro –se llama Pi- y envidio la capacidad que tiene de ser el animal del planeta más feliz persiguiendo una pelota, saliendo a correr o oliéndole el culo a otro perro. ¿De verdad somos más inteligentes?