TW

Hoy, como Umbral en su día, he venido a hablar de mi libro. Me da un poco más vergüenza que a él, pero venciéndola en la medida de lo posible les intentaré comer la oreja con el noble fin de notificarles su existencia y la quizás menos noble intención de motivarles a que lo lean.

Creé este íntimo opúsculo a requerimiento de Iñigo Orbaneja, quien en representación de la asociación Port Sostenible, me pidió que escribiera un libro -que ellos editarían- con la petición de que versara sobre mis recuerdos del puerto de Mahón en la década de los ochenta.

Tras la inicial sorpresa (yo no había publicado aún ningún libro), la idea me pareció fantástica pues la empresa me obligaría a rememorar los años más estimulantes de mi vida. No tengo buena memoria, pero las experiencias vividas con pasión e intensidad dejan una huella lo suficientemente profunda como para poder rastrearla muchos años después, y mi llegada a Menorca precisamente en 1980 produjo en mi vida un viraje tan extremo y gratificante como para suponer un imborrable hito del tamaño de un talayot.

Como explico en el libro descubrí por azar este increíble paraíso de exuberantes barrancos plagados de frutales; habitantes tan tolerantes como cordiales; encantadores pueblos y hermosas playas de aguas impensablemente claras. Y lo descubrí en esa edad en que la vida parece fácil y cuasi eterna, en que el pasado aparece insignificante frente a un futuro tan ancho como prometedor. Sería por tal motivo imposible que ese edén que yo conocí en fase «creciente», mantuviera hoy día su floreciente categoría (el futuro se acorta a pasos de gigante; el pasado se difumina), de ahí, en parte, el título: «Paraísos menguantes».

A pesar del inconveniente del mogollón de años que pasaron como un rodillo por mis carnes, sigo identificando en esta Isla esa belleza, esa buena vibración del paraíso en que aterricé hace tanto tiempo y que convertí (con gran acierto) en campamento base de mis incursiones en otros territorios.

Noticias relacionadas

Mucho me gustaría que mis hijas y mis hipotéticos nietos pudieran disfrutar de este rincón del Mediterráneo que generaciones de menorquines han cuidado y mantenido alejado del fragor del hormigoneo extensivo que ha triunfado en nuestras islas vecinas. Ya no es posible que lo vean tal como lo vieron mis ojos juveniles (algunas cagadas se han hecho, no podemos negarlo) pero todavía estamos a tiempo de no insistir en los errores, estamos a tiempo de que el paraíso deje de menguar.

También me gustaría que este libro sirviera para reinstalar en el debate público la oportunidad de prestar al puerto de Mahón, protagonista de la obra, los cuidados y las iniciativas que precisa y merece para que este espacio tan sin par en el Mediterráneo recupere en lo posible la idiosincrasia que nunca debió perder, el encanto que tuvo en los años que rememoro en mi libro.

Desde mi punto de vista el tráfico constante es uno de los enemigos del espíritu amable del puerto, pero no el único. Las demoliciones de fachadas históricas, el mantenimiento en estado de ruina de edificios que en su día fueron bellos, la falta de aparcamientos en sus extremos con apoyo de lanzaderas, y en general la desidia, tampoco ayudan.

Volviendo a la publicidad, les conmino a que lean «Paraísos Menguantes», tanto a aquellos que nacieron después de la década recordada como a quienes transitaron por los muelles del puerto en aquellos años en que la libertad era algo más que una bella palabra, exprimiendo en los largos veranos toda la alegría que circulaba incansable por las estrechas aceras de aquel irrepetible reducto de frescura.

Aprovecho los caracteres que me quedan para agradecer de corazón a quienes me han ayudado con sus colaboraciones y sus fotografías a rematar la obra. Pido disculpas a quienes retrato en una época y actitudes que quizás no correspondan con su actual estatus, en la certeza de que, en cualquier caso, los delitos habrán prescrito.

Bueno, pues ya he hablado de mi libro, como Umbral. Al final no da tanta vergüenza.