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En democracia la ciudadanía elige a sus políticos, pero cuando estos han hecho de su función en demasiadas ocasiones un abuso y, además, han corrompido la prudente gestión de los caudales públicos y han estado dedicados más a enriquecerse que a dar muestras de su honestidad, surgen grupos al principio desorganizados que no suelen pasar de la manifestación tumultuosa y el alboroto hasta que esa masa desorganizada alcanza a tener líderes que los organizan, los agavillan y, en no pocas ocasiones, acaban por hacer temblar a los gobiernos que han actuado como caldo de cultivo, donde se han ido recogiendo aquellos que están hartos de estar hartos.

Entonces los partidos de nuevo cuño, algunos los llaman partidos emergentes, si tienen un espíritu democrático, se presentan a las elecciones que les pillen más a mano. La gente les vota porque el razonamiento es simple: «Estos nuevos no lo pueden hacer peor que lo han hecho los otros que nos han gobernado». Y así surge una renovada ilusión, que no pocas veces lamentablemente acaba como el rosario de la aurora porque el 'nonato' en eso de la política tiende a prometer lo que a él le gustaría sin ponerse a pensar si va a tener mimbres para hacer el cesto que está prometiendo. Cuando los que guían no conocen el camino, ¡ay de los que van detrás de ellos! Cuando en política surge la desilusión, cuando la realidad arrasa la poca fe que al votante le queda hacia la clase política, surge como un légamo que lo invade todo, el desafecto, la quiebra hacia la empatía, y el votante entonces empieza a mirar a la clase política como una 'pandilla' de aprovechados que van más a servirse de la política que a servir a la política.

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Gentes que de repente se encuentran viviendo a tutiplén, ocupando alguno de ellos puestos donde entra el dinero a espuertas. Y no han sido pocos los que aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, han hecho de su capa un sayo y se han puesto la honestidad por montera y aquí medio millón y allí otro medio han ido afanando un capital. Si luego, por egoísmo, por abusar de llevar el cántaro a la fuente, las cosas acaban mal dadas, esa gente mermada de vergüenza dirá que nada tiene que ocultar y encima porque se creen que somos idiotas de baba, dicen que están ansiosos por presentarse ante el primer juez que les tome interés. Mientras tanto, unos abogados conocedores del oficio y una justicia desesperantemente lenta, a paso de tortuga, sin ninguna prisa, acaban por llevar el saco de prevaricaciones, el lavado de los dineros, la malversación de caudales públicos, el tráfico de influencias, siempre relacionado con el urbanismo y la adjudicación de obras públicas a esa especie de limbo o de purgatorio procesal donde los culpables parece que no han roto un plato en su vida. Ese es el lugar donde todo lo choriceado prescribe. El mérito consiste en prolongar la causa hasta tener conciencia de que ha prescrito. Ese es el lugar donde el pecado ni siquiera confesado, es perdonado, no por el arrepentimiento o porque ya se ha recompensado en forma a la sociedad descaradamente choriceada. No se trata de eso, de lo que se trata es que haya prescrito. 

No quiero ni imaginarme una procesión de caraduras con el capirote encasquetado hasta las orejas: 'la hermandad de los prescritos' desfilando por el puente de Triana, vestidos con un hábito del color de los billetes de 500 euros.