Podría sumarme al carro del progresismo buenrollista y tenderle una mano a Otegi dándole la bienvenida tras salir de la cárcel. Darle una palmadita en la espalda mientras le susurro «colega, te he echado de menos». Preocuparme por él y por esos seis años que ha estado a la sombra. Pero, mira por donde amigo lector, me apetece más mandarle a la mierda. Desearle mil años más de prisión mientras maldice su miserable existencia.
Definitivamente, en este país nos hemos vuelto gilipollos y gilipollas. No solo camuflamos el terrorismo bajo el calificativo de «preso político» y nos quedamos tan panchos sino que encima nos lo creemos y le brindamos bienvenidas multitudinarias empezando por el aspirante a presidente de gobierno. «Lo de ETA fue una lucha política por la independencia», llegará a decir algún iluminado obviando las más de 800 personas muertas por la banda terrorista y añadirá que Otegi es víctima de una «actitud más propia de un Estado autoritario que no uno democrático», como defiende Més per Mallorca en un comunicado público en el que se alegra de la liberación del miembro de ETA. Sí, aquellos del cambio, los mismos que nos gobiernan en Balears.
Para mí Otegi es, como mínimo, cómplice de asesinato. De 829 para ser exacto. Él y todos los que enaltecen el terrorismo. Él y todos los que pertenecieron, han pertenecido o pertenecen a ETA y que ni se avergüenzan ni se arrepienten de nada. Todos los que se quedan sin argumentos o directamente no los tienen y recurren a la violencia para solucionar aquello que no les agrada. Aquellos que arreglaban sus disputas con un tiro en la nuca o colocando cobardemente un explosivo en un coche importándoles un carajo si lo que saltaba por los aires era un guardia civil, un concejal o una niña o, a ser posible, todo junto.
«Otegi no mató a nadie» dirán justificando su asquerosa inocencia. A veces no hace falta empuñar un arma para mancharse las manos de sangre. Desafortunadamente la historia de España sabe mucho de asesinos con las manos limpias amparados por una y otra ideología y su correspondiente rebaño de fanáticos. Los repulso a todos.
Me pongo en la piel de aquellas personas cuyas vidas han sido sesgadas por ETA o aquellas que siguen adelante sin un padre, sin una hija, sin un marido, sin una compañera. No puedo darte la bienvenida, maldito bastardo. Y menos cuanto no hace tanto no tendrías ni el más mínimo escrúpulo en apoyar la orden de que me mataran con un tiro por la espalda por no pensar como tú. Disculpa que no sea tan progresista.
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