Creo que el refrán es ojos que no ven, corazón que no siente; pero una vieja amiga de mi familia solía decir: ojos que no ven, castaña que te pegas. Sin embargo ahora mismo yo no buscaba el efecto cómico, ni tampoco el sentimental. Porque lo que ocurre es que aquello que no han de ver los ojos, suele distar mucho de la perfección. Es decir, que los humanos trabajamos mucho para la galería, para lo que ven los demás. Agarren si no el armario más bonito que tengan en su casa, el más valioso si cabe, y denle la vuelta. La placa de madera que va contra la pared no está bien acabada, a lo mejor tiene incluso unos números escritos con lápiz carbón, y se ven las puntitas de los clavos. Saquen los cajones –con a, no con o— y comprueben que lo que no se ve tampoco está pulido, y acaso es de una madera menos fina, o de conglomerado. Y por fuera el mueble luce esplendoroso. Otra prueba, desenclaven la moldura de una ventana y verán que debajo aparece la pared de hormigón, sin revestimiento, estuco o pintura. Y yo me pregunto, ¿por qué lo que no se ve tiene que estar mal acabado, con materiales de peor calidad y a veces incluso mal hecho? Pocas veces se encuentra un mueble antiguo hecho totalmente con maderas nobles, bien acabado por delante y por detrás, o un abanico de esos que tienen dos caras, o si se quiere una portada dibujada en el anverso y otra en el reverso. ¿Es que los que están detrás no tienen la misma categoría que los que miran por delante? ¿Es que la perfección no existe? ¿O es que somos tan proclives al engaño que sólo cuidamos las apariencias?
Les coses senzilles
Ojos que no ven
15/02/16 0:00
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