Si dividimos la tarta del 2016 en doce trozos, ya nos hemos comido un pedazo. Somos unos glotones del tiempo.
Parece un año lleno de callejones sin salida, pero hay que ser optimista. Saldremos de esta, aunque sea por peteneras. El efecto mariposa es muy curioso y, en estos momentos, la mariposa parece china. Sus revoloteos pueden causar huracanes en el otro lado del globo. Si China no crece, la máquina se para y las repercusiones nos afectarán a todos. Es como una bicicleta: si dejas de pedalear, te caes. La producción y el consumo nos gobiernan.
El peligro de un colapso no ha desaparecido pero vivimos entretenidos, indignados, conectados. Muchos han dejado de creer en los Reyes Magos y ahora creen en Podemos. Permanezcan atentos a la pantalla. Con la clase media a la baja, nos vamos hacia los extremos y pedimos que rueden cabezas. La corrupción nos corroe. Estamos inmersos en una revolución de las gordas y querer volver a la tribu es comprensible: seguir al rebaño no hace daño y pensar diferente puede ser incómodo y hasta peligroso. Cada uno lucha por lo suyo mientras los líderes están de vacaciones. Algunos que se han quedado de guardia resultan patéticos, pero como la gente está furiosa, asustada, insatisfecha, se agarra a utopías.
Una estafa piramidal suele tener éxito porque la ambición que nos embarga le puede a la razón que pone pegas. Queremos cambiar el mundo y somos incapaces de cambiar de opinión.