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Un clásico de la literatura hindú manifestó muchos años atrás que la vida es ritmo. Si la persona lo pierde se desestabiliza, cesa de bailar y permanece estática, circundada por hondos pensamientos.

Rumia, taciturna, sobre la perentoriedad de descubrir cuanto antes otro. Es un cambio tan morrocotudo en su devenir que eterniza la frasecita oriental, convirtiéndola en una máxima.

La calidad sinfónica no es sustantiva, da lo mismo buena, regular o incluso mala. Tampoco importa si se trata de un ritmo rápido, moderado o lento. Lo prioritario es que el implacable sonsonete no cese, de lo contrario, como he señalado, la persona entra en un estado sesudo e inverso. Conlleva la pérdida, además, a la puesta en marcha de otra frase lapidaria, conocida por ustedes, popular sin duda, que afirma ser el hombre un animal de costumbres. Sin música y sin costumbres la persona transita, desolada, por derroteros silenciosos en busca de otro ritmo y de estabilidad.

Las circunstancias, sobre todo las circunstancias, suelen elegir la música, sintonizada por una persona. Raramente lo decide ella. Fíjense que, aunque le desagrade, no suele plantearse otra. Es el ritmo que le ha tocado en suerte bailar en este mundo...

Normalmente lo quebranta un incidente. Se trata por lo general de avatares espinosos, difíciles de resolver. En algunos casos irreparables. La persona de todos modos vela siempre por su música, se afana en todos los compases, afina el oído para seguir el ritmo.

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El hombre moderno está más predispuesto que el de tiempos pasados a perderlo. Una ruptura matrimonial, la separación, los hijos, accidentes viales, etc., son arritmias, de nuevo cuño, contemporáneas. Solamente en la franja de la salud le aventaja. Antaño, estirar la pata era un suspiro, en cambio ahora es más complicado morir.

A veces, insólitamente, se pierde también el ritmo por una mejora: un traslado, un ascenso laboral, la jubilación...

Quince años atrás, o algo así, en una de mis visitas a la Isla, encontré a un amigo, recién jubilado, quejoso, afligido, por su ociosidad, por no saber rellenar las veinticuatro horas del día. Aquella misma mañana, minutos más tarde, me topé con Guillem Triay, histórico extremo izquierdo del At. Ciutadella, posiblemente el mejor que ha dado la Isla, también recién jubilado.

-Estoy encantado –me dijo- voy a cazar, voy a pescar, voy a buscar setas...

Guillem cogió el ritmo, mi otro amigo no supo encontrarlo.

florenciohdez@hotmail.com