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Te sorprendes a ti mismo escribiendo uno de esos artículos que no hace tanto te parecían una fantochada, cayendo en el tópico que acompaña estos días en los que «puedo prometer y prometo» que serás mejor, harás esto o aquello y que el 2016 te lo vas a comer con patatas, cuando todavía andas recuperándote de la indigestión de un 2015 que huele demasiado al maldito 2014. Pero entonces suena a lo lejos una canción y piensas «Suena bien, podría ser mi nuevo tema favorito» y una especie de rayo de luz interestelar alienígena hace saltar por los aires todo aquello que pensabas decir y aparca la mala hostia un rato.

De verdad, los acordes de aquella canción se te clavan en el cerebro o en el cerebelo, donde quiera que se guardan estas cosas a la espera de que llegue el zombie de turno y te devore los sesos en el próximo apocalipsis. Y no se te despega, la canción digo, no el zombie. Esas notas te acompañarán, para bien o para mal, tanto en tu día a día convirtiendo misteriosamente ese vaso medio vacío en otro medio lleno y en tus próximos retos provocando el divorcio entre el Im y el Posible en todo aquello que te propongas.

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Eres consciente de que todo se resume a un simple chute de optimismo transitorio y que en el 2016 volveremos a tratar las mismas miserias con el Estado Islámico, la corrupción, el desempleo, la puñetera y sinsentido muerte de un niño que copará, temporalmente, portadas y noticias… Estás convencido de que las promesas que te haces a ti mismo se irán diluyendo poco a poco a medida que sube y baja la marea, te quejarás porque tu lista la has hecho en la arena, otra vez, demasiado cerca de la orilla, y el mar, como el tiempo, no perdona a nadie, amigo mío.

Pero esos acordes, colega… Esos puñeteros acordes te darán luz en mitad de la oscuridad, alegría cuando todo apeste a tristeza e ilusión cuando parezca que todo está perdido. Harán que le entres a la chica de tus sueños, que hagas ese viaje que siempre has deseado o que, en mitad de una especie de extorsión laboral para meterte el miedo en el cuerpo mandes al carajo ese empleo que ni te llena ni te hace feliz. Esa música te convencerá de que la Humanidad merece una enésima oportunidad y se la darás porque no te queda otra.
Y dentro de un año –verás qué rápido pasa el tiempo- te tocará volver a escribir esa maldita lista de deseos en la arena pero puede que la experiencia haga que la escribas un pelín más lejos. O que en mitad del cabreo y la decepción descubras una nueva canción favorita que haga que el ciclo vuelva a empezar.