Mientras Artur Mas, sus socios en el proceso independentista y los anarquistas de la CUP pastelean una presidencia 'de transición' en Cataluña desmintiéndose a sí mismos -el acuerdo llegará aunque la antigua Convergencia, liberal y centrista, haya tenido que ponerse a los pies de una fuerza antisistema ¿quién nos lo iba a decir?-, el mapa postelectoral de España es un caos. Tanto es así que la identidad del futuro gobierno ofrece más incógnitas que entender a las mujeres, que ya es decir.
Más allá de nuestro mar el proceso independentista, que no suscriben la mayoría de los catalanes, sigue su curso a partir de un pacto de conveniencia cuyo desenlace está por ver.
Las elecciones generales, dicen, han enterrado el bipartidismo desde que regresara la democracia. Pero lo han hecho a costa de extremar la bipolarización de las tendencias ancestrales, es decir, izquierda y derecha. Y ahí la derecha tiene las de perder al ser criminalizada siempre por el resto de fuerzas políticas del otro signo.
A diferencia de lo que ha hecho Convergencia, capaz de pactar con sus antagónicos para avanzar en el viaje a ninguna parte del independentismo catalán, a nivel estatal, pese a los requiebros del PP al PSOE, los barones socialistas y la historia difícilmente aprobarán que ambas formaciones yazcan por primera vez juntas entre las sábanas del mismo gobierno. Sería asombroso pero para muchos, necesario, a riesgo de desmembrar el país o conducirlo a un estado federal de consecuencias imprevisibles. Ha ocurrido en Alemania, por ejemplo, donde el partido socialdemócrata integra un gobierno de coalición con los conservadores. Se trata solo de que el pacto entre opuestos sea eficaz por encima de las ideas propias. Yo no lo veo, pero no sería la primera vez...