Si te soy sincero, amigo lector, me gustaría consolarte. Animarte. Convencerte de que lo que harás mañana, hagas lo que hagas, será lo correcto y te reconfortará, que acabarás satisfecho. Que saldrás ganando. Pero es algo para lo que no me siento ni me veo capacitado. No por culpa de la Democracia, sino porque mañana, a lo largo del día de las elecciones, pasará lo que tenga que pasar por mucho que nos empeñemos sin que nadie nos pueda garantizar que al final del día acabemos contentos.
No lo estará, por ejemplo, el que no vote. Porque a expensas del resultado seguirá pensando que él está por encima del actual sistema democrático y hasta que no se actualice castigará al propio sistema obviando lo de dejarse caer por las urnas. El mismo sinsabor le quedará al que está en el polo opuesto, al que cree ciegamente en el poder de la votación y que todavía confía en una participación alta, independientemente del color que gobierne, y la realidad, en forma de datos, le abofetee el rostro con unos datos que evidencien que a un importante sector de la sociedad las elecciones les importa un carajo.
Refunfuñará, porque es inevitable, el que habiendo votado una cosa deba lidiar con una derrota electoral, del mismo modo que lo hará el que apoyará a su partido convencido por sus ideales y deba digerir un pacto que prostituya sus convicciones, quedando con cara de tonto porque en verdad él o ella no había votado aquello.
Tampoco estará contento el que vote por desidia, por descarte, en fin, por cabreo, porque creyendo que castiga a unos condicionará a muchos otros. Mucho menos lo estará el que acuda fiel a las urnas sin haberse empapado del programa electoral que elija porque en un momento u otro se sentirá sorprendido, descolocado o puede que incluso engañado. Algunos hasta indignados.
No se alegrará el que gane mucho, el que gane medio o el que gane poco, porque al final de la noche el puñado de datos estadísticos restantes serán interpretados ventajistamente y driblando la palabra o la sensación de derrota. Parecerá como si nadie perdiese. Unos habrán vencido en esto, otros en aquello. Unos, en lugar de ganar, habrán ayudado a que otro pierda, y con eso se conformarán mezquinamente, mientras a su electorado más convencido eso le sepa más bien a poco, a fracaso, y a ellos les baste para relamerse las heridas convencidos, todavía, de que son los más muy mejores.
Pero pase lo que pase, ni tú te quedarás convencido ni ellos pensarán que han perdido.
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