Qué bonitas son las campañas electorales. A los eufóricos candidatos (todos van a ganar, de eso no cabe duda) les falta tiempo para verter en nuestros oídos ríos de promesas de futuros gozos. Muchos se desplazan de puntillas -procurando no se note demasiado- hacia el centro del terreno, donde por unos días se hacinan para mejor propinarse codazos mientras lanzan redes y palangres a diestra y siniestra en el solicitadísimo caladero donde intuyen que se aglomeran los mayores bancos de peces.
Marrullean entre ellos, sí, pero lo hacen por nosotros. Nos aman.
Como yo también les amo a ellos, quiero abrirles mi corazón de par en par:
Queridos postulantes, resulta que de entre los posibles amantes que me ofrecéis amparo a cambio de papeleta, hay de entrada dos que ya me pusisteis los cuernos en pasadas legislaturas. No sé muy bien si es de izquierdas o de derechas detestar que te la peguen. Yo lo detesto.
Por ejemplo, si pillo a los adúlteros en la cama tengo la tendencia a no creerme mucho las atolondradas excusas que balbuceen mientras se visten precipitadamente. Y en efecto, Mariano, aquello de «Luis sé fuerte» es lo más parecido a una evidencia de engaño que se me ocurre. Y el trabalenguas diferido de Cospedal no me digas que no sonó raro, sin olvidar el diligente raspado de ordenadores; en fin Mariano, tengo que dar por hecho que si no has aclarado convincentemente hasta la fecha estos sospechosos episodios es porque la cosa solo tiene una turbia explicación, y quien no quiera verla será porque esté muy enamorado de ti. No es mi caso Mariano, te encuentro poco estimulante (perdona la franqueza), y aunque me ofrezcas ahora el oro y el moro dudaré de ti, ya que me prometiste antes una luna de miel en el paraíso y al final la cosa quedó en un paseo nada romántico por el polígono de Alaior. Que no, Mariano, que a ti te tacho, que si uno no reacciona con firmeza cuando le engañan con descaro, se vienen arriba y al final acaban pidiéndole a uno conteniendo la risa dinero para el taxi cuando se van de farra.
Y tú, Pedro, ¿dónde estabas cuando tu colega Zapatero, exhibiendo su trascendental sonrisa, me plantaba inasumible cornamenta indultando por el morro a un banquero y condonando de facto con la otra mano una enorme fortuna a las eléctricas? Yo creo que entonces ya tenías uso de razón, pero no te he oído denunciar esa irritante traición. Soy algo rencoroso: no me la pegaréis de nuevo, Pedro, prefiero el celibato antes que comulgar con ruedas de molino. Ahí te quedas pues.
A ti Garzón también te tengo un poco tachado, y lo siento porque te creo persona valiosa, pero entre que no soy muy comunista y lo del asuntillo de las cajas de ahorro, no estoy demasiado receptivo a tu marca.
Así, me van quedando contados pretendientes. Algunos cambian tan aceleradamente de principios que temo no conseguir llegar a estar al día con su ideario, de otros sin embargo me gusta especialmente una canción, aquella que habla de listas abiertas y de decir adiós a las Diputaciones y al Senado. ¡Ay si fuera verdad! No sé bien si es de derechas o de izquierdas ambicionar que se ponga freno al alegre despilfarro de nuestros dineros en organismos inútiles cuando no enchufistas. Yo lo ambiciono.
Pero hay algo que me preocupa, queridos aspirantes, sobre la viabilidad de algunas de vuestras bellas y ambiciosas intenciones: No pretendo que se me confíen todos los secretos (también tengo los míos), pero el hecho de que Rodrigo Rato y los Pujol (entre otros) anden a estas alturas libres como pajarillos me hace temer que los enredos inconfesables del Estado sean mucho más gordos que los míos, y si estuviera en lo cierto, bien pudiera ser que no resulte fácil desmontar de un plumazo (ni de cuatro) ciertos privilegios que quizás estén extraordinariamente blindados por poderoso caballero.
Solo espero por nuestro bien que la cosa no esté tan atada y bien atada como en mis peores sueños imagino.
Ya me contareis (si os dejan).