No pierdan de vista estos días a nuestros políticos formalmente desenfadados, cercanos, accesibles, hasta se esfuerzan en ser simpáticos y afectuosos. No les importa dar un beso a un niño aunque lleve dos candelas colgadas de la nariz o al anciano que los años han maltratado. Pero eso dura lo que dura la campaña electoral. Después de haber pillado despacho, secretaria, coche oficial y sueldazo, volverán a mirarnos por encima del hombro, harán profundo el abismo que nos separa entre el excelentísimo/a respecto del humilde ciudadano, que solo es un bulto, una estadística. No les entra en la cabeza de que son unos asalariados como los demás y por ende son los demás los que les pagan el sueldo. Volverán a mostrarse huidizos y prepotentes. Es, salvadas sean todas las distancias, como dicen quienes lo saben, lo que algunos caradura hacen para pillar cacho, «antes de meter prometo, y luego de haber metido, me olvido lo prometido». Pero vamos a lo que vamos. El político que busca que le voten, no se parece al político que ya ha conseguido que le voten. De hecho pasan por una verdadera metamorfosis, una dicotomía del alma podríamos decir. Pero volviendo por el camino que traía, quien consiga formar gobierno no lo va a tener por eso fácil (fácil no ha sido nunca). Se encontrará un país con millones de parados, un mundo laboral que, si ha crecido algo, lo ha hecho apoyado en la precariedad de un puesto de trabajo volátil y que no se nos olvide, gracias al sacrificio de los asalariados que han visto cómo sus derechos se esfumaban para que los empresarios lo tuvieran más fácil de lo que lo habían soñado nunca. Hoy pueden despedir a un/a trabajador/a cuando quieran. El despido les sale, comparativamente a como estaba antes, regalado.
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La metamorfosis de los políticos
04/12/15 0:00
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