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No pierdan de vista estos días a nuestros políticos formalmente desenfadados, cercanos, accesibles, hasta se esfuerzan en ser simpáticos y afectuosos. No les importa dar un beso a un niño aunque lleve dos candelas colgadas de la nariz o al anciano que los años han maltratado. Pero eso dura lo que dura la campaña electoral. Después de haber pillado despacho, secretaria, coche oficial y sueldazo, volverán a mirarnos por encima del hombro, harán profundo el abismo que nos separa entre el excelentísimo/a respecto del humilde ciudadano, que solo es un bulto, una estadística. No les entra en la cabeza de que son unos asalariados como los demás y por ende son los demás los que les pagan el sueldo. Volverán a mostrarse huidizos y prepotentes. Es, salvadas sean todas las distancias, como dicen quienes lo saben, lo que algunos caradura hacen para pillar cacho, «antes de meter prometo, y luego de haber metido, me olvido lo prometido». Pero vamos a lo que vamos. El político que busca que le voten, no se parece al político que ya ha conseguido que le voten. De hecho pasan por una verdadera metamorfosis, una dicotomía del alma podríamos decir. Pero volviendo por el camino que traía, quien consiga formar gobierno no lo va a tener por eso fácil (fácil no ha sido nunca). Se encontrará un país con millones de parados, un mundo laboral que, si ha crecido algo, lo ha hecho apoyado en la precariedad de un puesto de trabajo volátil y que no se nos olvide, gracias al sacrificio de los asalariados que han visto cómo sus derechos se esfumaban para que los empresarios lo tuvieran más fácil de lo que lo habían soñado nunca. Hoy pueden despedir a un/a trabajador/a cuando quieran. El despido les sale, comparativamente a como estaba antes, regalado.

El nuevo gobierno se encontrará con un problema nunca resuelto entre Cataluña y España amén de una Euskal Herria expectante, viéndose en el espejo de las mismas pretensiones que los catalanes para saber lo que conviene hacer y lo que no. O dicho de otra manera, dejando que Cataluña haga el gasto en su arriesgada apuesta independentista.

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El nuevo gobierno se encontrará que para serlo ha tenido que pactar, quizá con aquellos a los que tanto criticó.

Si Podemos llega a ser copartícipe del partido que gobierne, más pronto que tarde descubrirá el abismo que hay entre prometer y dar trigo.

Lo que sí que me apetece ver es si el señor Rajoy vuelve a estar con el timón de la nave del estado entre las manos, cómo nos contará esta vez que se ha encontrado la finca. En puridad con los parabienes actuales, deberá decir que a esta España da gloria verla. La economía va bien con tendencia a mejorar y que cuando decían en la pasada legislatura que había que apretarse el cinturón, el pueblo lo entendió y así lo hizo. No… ellos no. Los políticos no. Porque ellos, en el pecado llevan la penitencia y con mandar ya tienen su cuota de sacrificios más que amortizada. Lo han hecho bien, reforzando las aldabas de los ventanucos que nos dejaban ver el bienestar que se nos iba a manos llenas, dejándolo de tal suerte tan escurrido de caudales que hoy, muchísimos trabajadores son más pobres de lo que eran. Y pobre del pobre que es pobre. Mientras tanto ellos repiten como una extraña cacofonía recuperada de todas las campañas electorales, que hay que ver el esfuerzo que hacen y que hicieron, sobre todo en la última legislatura, callándose que en realidad el esfuerzo lo hicieron y lo están haciendo aquellos cuyo sino en la vida es andar a real y media manta. Pero como alguien dijo desde su escaño parlamentario: ¡Qué se jodan!