Este es un país de envidiosos de instintos primarios. Uno puede quejarse de que los jubilados se van de viaje con el Imserso a unos precios increíbles, mientras que a los que nos queda una década larga para llegar a la meta jubilosa nos preocupa si conseguiremos cobrar una pensión. Esa corta visión prescinde de un análisis un poco más profundo.
Los viajes del Imserso son un buen invento, desde hace casi 29 años. Un estudio demostraba hace unos años que por cada euro que invierte el Estado (y esta campaña van a ser 117 millones) recupera 1,59 gracias al IVA y a que unas 12.000 personas tienen empleo y no hay que abonarles el subsidio del paro. Es tal el éxito que se calcula que casi la mitad de los mayores de 65 años participan en esta actividad de turismo social.
Pero no todo son alegrías. Menorca sale este año doblemente perjudicada. El retraso en la adjudicación ha provocado que los hoteles cierren y no está previsto que hasta febrero algunos de ellos vuelvan a abrir. Así perdemos empleo y actividad económica. Además, de las 938.000 plazas que se ofertan en esta ocasión, unas 5.000 deberían ser para los menorquines, pero de momento desde ayer y hasta el lunes solo se pueden vender algo menos de mil, para cuatro destinos, en lugar de los 16 asignados el año pasado. Mallorca es otro mundo. El trato que recibe Menorca no hace más que recordarnos que somos el primer sol de España y también la periferia más extrema. La belleza única y un cierto manto pesimista forman parte del mismo paisaje económico y humano.
Por eso, asentado el sentido conformista en la cultura isleña, con la excepción de cuando parece que se perjudica la conservación del paisaje natural, lo que nos quitan no provoca reacciones, solo algunas quejas veteranas que cuentan batallitas.