En los próximos meses asistiremos a la deconstrucción del que ya pasará a nuestra particular historia de las calamidades urbanísticas como el 'mamotreto' de Cala Llonga. No habrá seguramente una explosión controlada, una demolición con imágenes espectaculares, pero aguardo desde hace años ese otro espectáculo de descender por Santa Ana hacia Calasfonts sin ver el esqueleto del edificio incompleto, allí delante, dominando el horizonte. Imagino cómo deben de anhelar ver desaparecer los restos del gigante los vecinos que, a su alrededor, han visto que sus casas perdían atractivo y valor.
La aldea turística ha sido un despropósito que ha durado ocho largos años y que felizmente se corregirá en breve. Pero por el camino han quedado damnificados, no solo residentes también empresas, además del impacto paisajístico que ahí sigue, sin que aún no sepamos por qué no se controló la altura que tomaba el edificio como se debía -hasta siete metros-, si las llamadas «singularidades topográficas» de la zona ya se conocían, si había una licencia que vigilar y cumplir, y si los vecinos veían cómo día y noche la obra crecía a un ritmo acelerado ante sus ojos. Tuvo que ser su queja y una portada en la prensa, precisamente la de este diario del 9 de noviembre de 2007, ayer se cumplieron los ocho años exactos, la que hiciera que todos se llevaran las manos a la cabeza.
Mirando hacia atrás quedan los errores pero también la determinación de corregirlos por parte de los sucesivos gobiernos municipales, apremiando a la propiedad actual para que restituya la zona. Las excavadoras ya han llegado y hoy son bien recibidas. Ojalá corrieran pronto el mismo destino otros 'mamotretos' como el antiguo hospital militar, una bienvenida ruinosa a la ciudad de Maó.