A Cristóbal Colón le hubiese ido de coña tener Whatsapp. «Isa, Fer, que he llegado, estoy bien pero esto no es como nos lo imaginábamos, creo que me he perdido», habría alcanzado a decir en una hipotética conversación. Lo mismo al explorador Henry Stanley y al doctor David Livingstone en su travesía por el centro de África. «David envíame tu ubicación y nos encontraremos antes, supongo», se hubiesen dicho. Anda que si a Neil Armstrong le llegan a explicar esto de los selfis, a ver quién le supera con uno desde la Luna con la Tierra de fondo.
La tecnología ha endulzado la aventura hasta el punto de que no solo somos capaces de enviarnos mensajes como este artículo desde sitios tan lejanos como la isla de Havelock, en el remoto mar de Andamán, a medio camino entre la India e Indonesia, sino que un astronauta puede ofrecer un concierto versionando a David Bowie en directo para millones de personas. Y, qué me dices amigo lector, ¿cuántas visitas hubiese tenido Moisés en su canal de Youtube si hubiese colgado un video partiendo el mar en dos? Pues eso.
Ahora podemos dar la vuelta al planeta volando en unas 24 horas. Solamente hace falta seguir el sentido horario, soltar un buen fajo de billetes y armarse de paciencia, incluso de algún tranquilizante si al aventurero de turno le pasa como a mí, que le da pánico volar. O, directamente, marcarnos un Felix Baumgartner, hinchar un globo, subir a la estratosfera y saltar en paracaídas un porrón de miles de metros.
Creo que la aventura y el reto, ahora, radican en ser capaz de desaparecer y de desconectar. De burlarle tiempo al wifi y estar contigo mismo, con tus pensamientos y disfrutando del momento. A mí me está pasando, llevo cuatro días sin saber qué ha pasado en el mundo, ni siquiera sé qué hizo el Madrid contra el PSG y solamente he roto esta sequía para enviaros este artículo. Aunque no sé si es por desintoxicación tecnológica, retiro espiritual, o porque estamos tan lejos de la civilización que 15 minutos de conexión me salen a un euro.
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