No estoy de acuerdo con los que dicen que debemos respetar todas las opiniones, en este punto discrepo con Voltaire, tengo la suerte de que el escritor francés lleva 237 años muerto y no me puede rebatir. Cuando el ilustrado filosofo sentenció aquello de que a pesar de no estar de acuerdo con algunas opiniones defendería con su vida el derecho a que todas sean expresadas, se pasó ligeramente de frenada. Si alguien sostiene que las mujeres son inferiores y por lo tanto no tienen derecho a votar, o que los negros son un raza defectuosa y deben tener menos derechos que los blancos, son opiniones que obviamente no debemos respetar, y mucho menos dar nuestra vida para que los energúmenos que afirman semejantes aberraciones puedan seguir diciéndolas.
Otra cosa es opinar con criterio sobre si es mejor, por ejemplo, Halloween o Todos los Santos, si es posible comer buñuelos disfrazados de zombis, o comer castañas asadas mientras decimos truco o trato. Se pondrán argumentos encima de la mesa sobre si debemos guardar las tradiciones frente a la invasión mercantil de las costumbres americanas, o debemos dejarnos llevar por un cambio que parece imparable. Los más conciliadores dirán que todo cabe y se pueden conjugar lo nuevo y lo viejo. Por cierto, en una sociedad con enfrentamientos tan enconados, los conciliadores se hacen más necesarios que nunca.
De una opinión se espera que esté basada en la información necesaria para emitirla, y que no se haga desde la ignorancia sobre el tema, o desde el sentimiento más irracional. Les aseguro que sobre los temas que a uno se le escapan es mejor no dar opinión. Molaría algún día ver a un tertuliano de esos que viven en la tele decir algo así como «de este tema no opino porque no tengo una opinión formada, porque me faltan datos, porque me falta contrastarla y reflexionarla, vamos, que no tengo ni puñetera idea», pero ni lo sueñen, se lanzan a opinar sobre lo humano y lo divino a tumba abierta, aunque sus chorradas estén mas fuera de sitio que el portavoz de la OMS en una barbacoa.
La pasión debe estar presenta a la hora de expresar y defender las opiniones, pero lo que no debe hacer es obnubilar la razón ni sepultar la empatía. A los que amamos Menorca, nos cuesta mucho ser objetivos sobre las cosas de nuestra isla, hay temas que parecen de gran consenso como el gran problema que tenemos con el trasporte aéreo, y otros que crean mayor división como el topónimo de algún pueblo. Pero estoy seguro que a pesar de esas diferencias todos entendemos que Menorca es un pequeño paraíso que debemos mimar. Lo que no deberíamos olvidar es que en los paraísos también viven personas pobres que lo pasan muy mal y eso, queridos lectores, no es una cuestión de opinión. En los sitios pequeños la vergüenza pesa más que la pobreza y los hace más invisibles, pero ahí están y no se debería ignorar, es una cuestión de prioridades y de humanidad.
Cuando se opina ejerciendo al derecho a réplica, se deben reconocer también las enormes limitaciones, las contradicciones, las dudas e incluso las incoherencias que todos tenemos. Dicen que los alumnos del filósofo y matemático Bertrand Russell se encontraban de vez en cuando el aula cerrada con una nota que decía, «el profesor Russell hoy no dará clase porque no tiene las ideas claras». Quizás hoy no debería haber escrito este articulo, porque llevarle la contraria a Voltaire evidencia que soy yo el que se ha pasado de frenada, mea culpa.
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