Somos muy dados a celebrar cosas. Si no tenemos bastantes fiestas, las importamos: Halloween, Oktoberfest (donde la cerveza se nos sube a la cabeza), etc... Afortunadamente, no todo tienen que ser lamentaciones. Los pueblos se juntan para los entierros y para las bodas; para las protestas y para ir al fútbol; para reír y para llorar. Muy pocos celebran la Champions en la intimidad. Cuanta más gente participa, mejor. Una alegría no compartida, nos parece un poco rara y sospechosa (y éste, ¿de qué se ríe?). Las efemérides rompen con la inveterada costumbre de ir cada uno por su lado. Antes, las sociedades eran más homogéneas y se mostraban cohesionadas, para bien o para mal, a la hora de celebrar algo. La aglomeración nos da la fuerza. En la diversidad y la pluralidad, lo que para uno es importante, para otro puede ser molesto o innecesario. Cuando una celebración es reciente, aumenta la intensidad colectiva y todo el mundo le encuentra sentido con emoción contagiosa.
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Fiesta y contenido
11/10/15 0:00
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