Todos asumimos que existe cierto grado de crueldad en las aulas, empieza temprano, cuando somos niños. Eso es así ahora y ha sido así siempre. Si eres más alto o más bajo, si llevas gafas o eres gordo, si tienes un nombre que suena raro o gracioso para el graciosillo de turno, si eres de la tribu o de fuera..., cualquier cosa puede convertirte en diana de burlas en una clase. Tiene su parte positiva. Es como cuando un crío pequeño en sus primeros años de guardería atrapa todos los resfriados, porque se expone por primera vez a los virus, y eso, pasado el tiempo, fortalecerá su cuerpo. Pues con las gracietas, las que son como dardos dirigidos a ridiculizarte, a reirse de ti más que contigo, pasa igual, y no solo en el 'cole' sino en la vida. Te generan defensas y endurecen, aprendes a esquivarlos y a devolverlos, y si eso falla, pues a cortar por lo sano. En Secundaria, con las hormonas a flor de piel y los conflictos de identidad de la adolescencia, cuando más que nunca quieres ser aceptado, parecerte al que más mola, llevar la ropa que lleva todo el mundo y tener el aspecto que marca la moda o el contexto social, la situación puede ser un polvorín.
Vía libre
Ser solo uno más
22/09/15 0:00
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