Tu heroína jamás usó capa. Ni espada. Era consciente de que «the pen is mightier than the sword» (la pluma es más poderosa que el sable), afortunada expresión de Edward Bulwer-Lytton. Su arma fue, efectivamente, la palabra, que puso, siempre, al servicio de causas honestas. Hoy, si estuviera en ejercicio, interrumpiría el tema a impartir impuesto por el estúpido corsé de los currículums y, pensando en Aylan Kurdi, el niño muerto en la playa de la desvergüenza, abriría en clase «El camino» de Delibes para leeros: «Pero Daniel, el Mochuelo, intuía que los niños tienen ineluctablemente la culpa de todas aquellas cosas de las que no tiene la culpa nadie». Luego, con toda probabilidad, matizaría que, de algunas de esas cosas, sí tiene la culpa algo o alguien: la hipocresía y hueca caridad de omnipotentes dirigentes que únicamente ejercen la piedad –y a medias- al sentirse amenazados. Y hubiera cerrado –seguro- su charla magistral –no hubo de otro tipo- con Bertolt Brecht: «Ahora vienen a por mí, pero es demasiado tarde». En una de esas mañanas de instituto, en una de esas disertaciones, distinta a la descrita, pero idéntica en su rabiosa humanidad, aprendiste a asociar literatura con vida y vida con ética. Intangible, fue uno de los mejores regalos de cuantos te hicieron, porque, sobre él, intentaste edificar tu vida profesional… Tu vida, a secas.
Contigo mismo
Tu heroína es una dama de 100 años
08/09/15 0:00
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