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Hoy empieza septiembre y para muchos comienza un nuevo año igual que cuando aparece la primavera (enero es un invento romano). Se agolpan planes, cursos, metas, propósitos, proyectos y sueños imposibles (algunos impensables) y conviven con los cuerpos, que se desempolvan el calor y el trabajo frenético y húmedo del verano (luchando por aguantar un poco más ante las buenas previsiones). Unas tandas más de clientes para llenar las terrazas. Unas copas más al otro lado de la barra. Unas sonrisas más (solo en el caso de esos trabajadores que sonríen: ¡gracias!). Unos helados más. Unas visitas más. Alguna decepción más. Unas cuantas rutas más a caballo, en jeep, en velero, en moto, en coche, en patinete de pedales. Tobogán. Madrugones. Unas cuantas respuestas más a las indicaciones en inglés inventado o en catalán o en castellano (cualquier lengua con tal de entendernos): dónde hay una farmacia, cómo voy al puerto, dónde las mejores tapas, qué playas son las de las postales, dónde puedo comprar un queso, qué tal si me invitas a bailar.

Hay un extraño placer en recomenzar, como si fuera la primera vez que se llama septiembre este mes: como si estuviera todo por hacer. Los estuches nuevos, los lapiceros de colores todavía sin estrenar, el olor de los libros recientes, los zapatos duros, las ganas de que pasen cosas: la primera lección. Septiembre me lleva siempre de vuelta al cole (a la infancia), y me da que no soy la única con ese síndrome porque hace semanas que oigo mentar a septiembre con voces esperanzadas. Cuando llegue (o pase) septiembre. A ver si en septiembre tenemos algo más de tiempo. Ya en septiembre podremos vernos con calma. Otra muesca más de nuestra época, sociedad sobreinformada, aferrada al teléfono, a las redes sociales, al esfuerzo vano, época ciega y epidemia procrastinadora que todo lo envuelve: postergamos lo importante por asuntos nimios como ver el vídeo del gato que toca el piano en YouTube y miramos para otro lado ante el genocidio de inmigrantes que se ahogan o se asfixian (mueren) por entrar en una Europa que se ahoga o se asfixia (muere: y mata). Mañana podremos ser nosotros los que tengamos que huir y nos encontraremos las mismas vallas de espino y el mar en los pulmones pero nadie hace (ni hará) nada.

En Menorca, esa sensación de septiembre se cuadriplica. La propia Isla ruega por aligerarse en cada puesta de sol y sueña con la soledad. Las playas han sufrido ya incontables pisotones de pies y neumáticos (algunos han dejado más huella que otros: hay gente tan ruin que deja rastros de su basura allá donde va y espero que no crean así que se libran de la suciedad porque no es cierto, les perseguirá, maloliente, allá donde vayan). La Isla llena la despensa en verano, sí, pero también contiene la respiración. Cuenta los días y esa es su manera particular de procrastinar (repito mucho esta palabra tan difícil de pronunciar, casi dicha con acento ruso, para que no se me olvide: no quiero tener que buscarla, de nuevo, mañana). Septiembre es la vuelta al cole para todos, también para los políticos. Los hay que en verano han estado haciendo los deberes (sin descanso, me consta) para un trimestre de elecciones generales (un respiro en la sombra para coger fuerzas). Nombramientos también sombríos, otros pendientes, pero nos importan los resultados: lo que afecta a nuestra vida cotidiana. Vendrán después más cambios, porque quienes nos han llevado hasta aquí no pueden seguir intentándolo (han fracasado) y porque se va demostrando, tras el vuelco de las últimas votaciones, que hay cosas/casos (¡casas!) posibles y que no hace falta llevar velocidad de crucero, como algunos exigen, pero sí saber hacia dónde se va (la velocidad también es un invento romano).

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Menorca, Reserva de la Biosfera, tiene que descubrir y defender el destino de su viaje (un viaje a pie, o en bicicleta, o en transporte público asequible y de calidad, un viaje cultural, gastronómico, lingüístico: un viaje sostenible) y quién quiere ser: ahora mezcla tantas caras que puede perder el rostro si no ayuda a que coexistan todas bajo una línea madre.

Es como cuando una tiene tres trabajos/opciones y espera a ver cómo van todos a la vez para saber por cuál ha de decidirse: acaba perdiendo, casi siempre, todos los trenes por puro agotamiento. Septiembre es pues un buen momento para trazar un plan antes de retrasar (una vez más) un nuevo comienzo. Septiembre (me) sabe también a tormenta de verano, a libreta en blanco, otro camino: una puerta. Así que, para los que lo sientan igual, feliz año nuevo.

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