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En una sociedad como la actual, en la que la juventud más que una etapa de la vida parece un talento -aunque sea pasajero y sin posibilidad de elección-, las palabras abuelo y abuela parecían haber perdido sus connotaciones positivas, más bien se habían convertido directamente en sinónimo de vejestorio. Ahora parece que las cosas han cambiado, no solo porque se cumple años en mejores condiciones, sino también porque al primero de octubre, Día Internacional de las Personas de Edad elegido por Naciones Unidas para reconocer a los mayores de 60 años, se ha unido el Día de los Abuelos, que se celebró el pasado domingo.

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Nunca se sabe si eso de que te dediquen un día del año es bueno, malo o simplemente no sirve de mucho. Para empezar significa que sueles estar en inferioridad de condiciones, se habla mucho de un colectivo en concreto durante esa jornada en cuestión y después, se le olvida hasta la próxima vez que toca en el calendario. En el caso de los abuelos la conmemoración, que para los católicos se une a la celebración de San Joaquín y Santa Ana, se ha hecho más popular en los últimos años y es inevitable pensar que hay algo de interesado en ello.

Porque los mayores de la casa han pasado en muchos casos de ser considerados una carga a ser el sustento económico de la familia por efectos de la crisis; avalistas, cocineros y por supuesto cuidadores de los más pequeños, algo de lo que la mayoría disfruta e incluso diría que es la parte más placentera de este rol, la que les devuelve mucha de la alegría perdida. Ya lo dice la Unión de Pensionistas y Jubilados de España, «si los abuelos que cuidan a sus nietos se pusieran en huelga se paralizaría el país», y tiene razón. Pero eso, aún siendo positivo, también indica que falla, y mucho, el apoyo a las madres y padres que trabajan.