Y eso que cualquiera que esté en el negocio, a un lado u otro de la barra, sabe que no es este un ranking en el que seamos líderes, no llegamos a la querencia por el txikiteo, el tapeo o el vermú de otras regiones, pero se consigue mantener un nivel digno. Resulta curioso que en los peores años de la crisis se mantuviera estable, e incluso con pequeños incrementos, el número de negocios en Menorca, en torno al millar, llegando hasta los 1.238 en 2013 para bajar a 1.203 el año pasado. La criba, teniendo en cuenta la pérdida de nivel adquisitivo de la gente en general, no ha sido tan fuerte como podía esperarse: son mayoría los que pese a la presión impositiva, a las dificultades, al recorte del presupuesto familiar en ocio -y ahí entra el salir a tomar algo-, han sobrevivido.
También influye el hecho de que montar un negocio es una de las salidas que buscan muchos parados, sobre todo a edades en las que, aún jóvenes o empezando la madurez, quedan expulsados del mercado laboral. Hay que reconocer además a este sector que en los últimos años ha hecho un enorme esfuerzo por adaptarse a la demanda, por innovar, por importar costumbres como el ir de pinchos y por poner al alcance de diferentes bolsillos exquisiteces gastronómicas, con jornadas y otros eventos que han tenido por objetivo fidelizar a los clientes y movilizar al resto, a los que se quedaban en casa.
Al final -ríanse de Facebook-, bares, cafés o restaurantes siguen siendo algo más que lugares donde beber o comer, son nuestro espacio tradicional para relacionarnos.