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Jaume calza unos zapatos baratos de mercadillo y viste un traje algo pasado de moda que le pasó un primo suyo. Cuando alguien intenta parecer un hombre de negocios pero no tiene ni un duro para el disfraz adecuado el resultado suele ser patético, Jaume era consciente de su aspecto pero no le quedaba otra, la empresa que le contrató, por el sueldo mínimo más unas ridículas comisiones por seguro vendido, le exigía ir de traje y corbata, eso que llaman cursimente buena presencia. Con semejante pinta es difícil tener el aplomo necesario para ir a vender a la gente seguros de todo tipo. Jaume repite mentalmente lo de no rendirse, lo de luchar siempre y todo ese rollo que les soltó el coach de negocios en la charla que dio a los nuevos vendedores.

Jaume tenía que patear las calles a la vieja usanza llamando a todas las puertas, el marketing telefónico está agotado. Después de un día para olvidar donde los pies le sudaban por culpa de los calcetines acrílicos y de los zapatos de plástico imitación piel, Jaume llegó a su casa y se puso a estudiar toda la documentación que le habían dado sobre los seguros de vida.

Llevaba apenas dos folios del tocho sobre seguros cuando su mente empezó a divagar sobre lo difícil que puede ser venderle un seguro de vida a alguien que no le da valor a la misma. Los seguros de vida están pensados solo para los ricos. Los ricos viven más y mejor que las personas que no tiene dinero. Algunos sostienen que es porque tienen el acceso más rápido a los mejores médicos y por lo tanto están más protegidos de las enfermedades. La realidad es que la vida les pesa más a los pobres, y ese peso desgasta mucho. Una vida liviana, sin problemas materiales, causa menos mella que una vida de lucha y penuria. Además el rico, consciente de sus privilegios, se agarra a la vida con todas sus fuerzas, no la quiere soltar ni de broma. En cambio a los pobres hay un momento dado que la vida ya les cansa y se dejan llevar, es lógico.

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Además, ¿cuánto vale un vida?, ¿hay vidas que valen más que otras? Es difícil imaginarse a alguien poniendo tablas de valoración para decir cuantos euros vale una vida y cuantos otra. La vida de las personas del llamado tercer mundo parece que vale menos que las del llamado primer mundo, y dentro de este la vida de un rey, o de un primer ministro, parece que vale más que la de un heladero por poner un ejemplo. Parece que en la decrepita y oxidada Europa la vida del pueblo griego no vale una mierda, la vida de los que llegan en pateras huyendo de la guerra no vale un mierda, la vida de todo aquel que no pueda comprar dignidad a golpe de talonario no vale una gran mierda.

Jaume sonrió, en un gesto de humor negro que espera que no se cargue la ley mordaza, al imaginar cómo sería vender seguros de vida en Irak o en Sierra Leona, o en las tres mil viviendas de Sevilla, o en un poblado chabolista, o en cualquier gueto de Paris o Londres. Que facilidad tan pasmosa tienen algunos para tasar la vida de los demás, seguro que la suya es la que más valoran con diferencia, es una especie de ley de los más fuertes, un darwinismo capitalista o algo así.

Y estando en estas, queridos lectores, Jaume se quedó dormido mientras soñaba que le daba una patada en el culo al pesado del coach, que quemaba los puñeteros zapatos, y que se calzaba unas chanclas para irse rumbo a alguna playa donde la gente se dedica a vivir la vida y no a asegurarla. Y que nadie subestime los sueños de Jaume, fijo que este se hace realidad.

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