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Me enteré anteayer a través de una amiga que vive en Estados Unidos. Me dio la triste noticia a las 21.57, para ella las 17 horas. «Jesús Hermida ha fallecido». Me quedé consternada.

Salí a la terraza y la Luna se mostraba velada por una cortina de nubes que por su contraste de luz parecía marcada con una toquilla negra, la Luna estaba de luto. Paradojas de la vida del hombre que trabajó once años en América del Norte, y que narró el primer encuentro del hombre con la Luna.

Me costó dormir, se me agolpaban muchos recuerdos que la mañana siguiente se repetían con mis compañeros de promoción, como demás colegas de la profesión. Tuve el privilegio de ser alumna del maestro que revolucionó la televisión, la modernizó. Igual de grande era en sus presentaciones, clases magistrales, como en el debate exigente. Wow! íbamos a las clases con una mezcla de ilusión y acojone. Me acuerdo que llegué a tomarme alguna pastilla contra el mareo, como si tuviera que subir a un avión. Hoy ya no existe ese grado de exigencia.

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Le conocí en 2011. Llegué a Madrid después de que Televisió Menorquina cerrara sus puertas por la crisis. En el casting para entrar en el Master de Presentadores que él dirigía junto a su mujer, Begoña Fernández, hice la prueba de acceso en una habitación con una cámara sola. Parece ser que él estaba en otra habitación viendo el resultado y solo salía si le habías gustado. Fui afortunada, no sé que vio en mi que Hermida me salió al paso tras concluir mi prueba, y me dijo que le gustaba. Un día cualquiera de ese año que estuve en Madrid me hizo llorar a moco tendido por su exigencia para que le contara una historia a través de la fotografía «la Plaza de Tiananmen, 1989». No me iría de allí si no le embaucaba con mis palabras, si no le contaba una historia convincente. Era un ejercicio de clase, no tenías que explicar la historia real sino que debías ser capaz de imaginar, de inventar, tenías que ser original, ser tú, no ser una enciclopedia porque todo el mundo puede leer pero pocos transmitir.

Era una persona muy peculiar. Madrugador, antes de que empezara la clase, en el bar de al lado, se tomaba sus porras con café con leche. Su cigarrito. Y ensayaba solo, a sus 74 años. Ya nos decía sin hablar que hay que prepararse la intervención antes de que se enciendan las luces. Le llamábamos maestro. Y tenía frases geniales. «Si no tiene un futuro, invénteselo»; «Cuide los finales que es aquello con lo que le recordarán», o «Cuéntenme lo que quieran pero no me aburran». Un detalle más mi apellido profesional lo hizo público él, Jesús Hermida, a mis compañeros. De alguna manera me bautizó profesionalmente. Eternamente, Muchas Gracias.

@sernariadna