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En mi calendario viene el 3 de mayo como día de la madre y también de la libertad de prensa. Madre no hay más que una, pero libertad de prensa suele haber de muchos tipos. Hoy se tiende a considerar que libertad significa decir lo que quieras o te venga en gana, muchas veces de manera anónima, sin ninguna censura previa, ni externa ni interna. Desahogarse. Embestir más que argumentar, descuidando las formas. El poder de la información reside en lo que se dice y lo que no se dice, en lo que se cuenta y lo que no. Pero somos tan ingenuos que pensamos que la libertad es algo fácil, ya conseguido, que disfrutaremos para siempre sin apenas esfuerzo. ¿Existe otra libertad además de la de mercado? ¿Dónde florece la libertad y dónde no puede subsistir por falta de unas mínimas condiciones?

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Mucha gente ha sacrificado su vida por la libertad de prensa, aunque para ellos se llamaba libertad a secas. Los alérgicos a la libertad reaccionan mal cuando alguien dice lo que no quieren oír o escribe lo que no quieren que se lea. Los prejuicios nos impiden ver, sentir, escuchar, admitir aquello que contradice nuestras rígidas convicciones. La intolerancia es autoritarismo mental. Ése que a veces se llena la boca de bonitas palabras, vacías de verdad y coherencia. Para coartar la libertad siempre hay alguna justificación de apariencia respetable.

«Ser madre» es lo que nos permite existir. «Ser libres» es lo que aspiramos a conseguir.