Si no me equivoco el próximo jueves es el día del libro, de Sant Jordi en Catalunya. Esto significa que el libro anda tan necesitado de ayuda entre nosotros que debemos dedicarle un día para acordarnos de que existe. Ese día llenamos los puestos callejeros y compramos el libro y la rosa, lo cual es parecido a lo que hacemos con los difuntos, a quienes dedicamos el día de Todos los Santos y llenamos los cementerios. La diferencia está en que la rosa del día del libro suele ser roja, con lo que además podemos reafirmar nuestra pasión por una mujer, y a los muertos les llevamos crisantemos, pero sin el libro. No hace falta. Los muertos ya no leen. El problema es que a menudo no leen ni los vivos.
Creo que fue Victoria Beckham quien dijo que no había leído ni un solo libro en toda su vida. Es como lo que dicen algunos padres de los malos estudiantes: «Yo no he estudiado y sin embargo me ha ido la mar de bien en la vida». Pues sí, yo tengo una perrita a quien también le va muy bien; se llama Enriqueta y les aseguro que no ha leído un libro en su vida, ni creo que lo vaya a leer. Es la mar de zalamera y va desnuda por el mundo como si tal cosa. Y es que si algo nos distingue a los humanos, además de nuestra extrema crueldad con nuestros congéneres, es la inteligencia, que se cultiva con los libros. Yo creo que si invirtiéramos mucho más en cultura se evitarían muchas guerras y abusos, y creo también que a muchos gobernantes no les interesa que el pueblo lea demasiado, no vaya a ser que se entere de que lo están explotando.
A veces me han preguntado que aconseje un título, una novedad para el día del libro. No voy a hacerlo. Esta vez no le voy a decir a nadie lo que tiene que leer. Solo una pequeña reflexión. Paul McCartney dijo una vez que a los hombres les gustaba el fútbol y que la música pop era para las chicas la afición equivalente. No dijo nada de las bibliotecas ni de la música clásica. El lenguaje de la televisión suele tener poco más de dos mil palabras, que es lo ideal para un best-seller. Los anuncios manejan con engaño al consumidor para que compre sin discreción. Don Quijote se volvió loco de tanto leer libros de caballerías; hoy día le habría pasado lo mismo de tanto ver telefilmes policíacos, de acción más bien brutal o de problemas urbanos con desnudos manifiestos. La reflexión ya está hecha: consuman libros, pero no los consuman sin discreción. Al fin y al cabo alguien dijo que leer sin reflexionar es como comer sin digerir.