Para mí tengo que la memoria viene a ser como el espejo retrovisor de nuestras nostalgias, que en lo tocante a la Semana Santa a mí se me hacen añejas. Estos días tengo muy presente el respeto que en algunas casas se tuvo siempre a lo que conmemoran los actos litúrgicos de la Pasión de Cristo cuando España entera se hace procesionaria, custodiando nazarenos mientras desfilan hábitos y capirotes dejando tras de sí olor a cera y en las retinas, cadenas arrastradas por pies desnudos. Los «Picaos» de las espaldas sangrantes de San Vicente de la Sonsierra (La Rioja), pasos que apenas pasan por las más angostas callejuelas. Los legionarios con su Cristo arremangados van aunque caigan chuzos de punta, custodian a su Cristo de la Buena Muerte (Málaga). Un centenar de legionarios con su mascota la cabra custodian a su protector desde 1928. El Cristo de los Gitanos, que desfila a la luz de docenas de fogatas que los gitanos prenden por la empinada vereda donde procesionan por el Sacromonte (Granada). El Cristo coronado de espinas, las espinas de nuestros pecados porque en alguna parte del humano código genético tenemos incrustada nuestra condición de pecadores, cuando no es por el cuarto mandamiento es por el séptimo (no robarás) en el que caen como moscas en la miel algunos que han ido a la política para llenarse los bolsillos; o en el octavo (no dirás falsos testimonios ni mentirás). Este mandamiento debería de poderse leer con letras flamígeras desde la tribuna de oradores de donde ustedes están pensando.
Sa gleva
La Semana Santa de ayer y de hoy
27/03/15 0:00
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