TW

A mi entender, hay tres tipos de imbéciles en la faz del planeta Tierra. Por un lado están los imbéciles de serie, aquellos que cumplen sencillamente la definición que contempla el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española: «Alelado, escaso de razón». Luego, están los imbéciles entrenados, aquellos que ni están escasos de razón, ni alelados pero con su comportamiento y su predisposición cumplirían un buen papel en unos Juegos Olímpicos para imbéciles. Y luego, en lo más alto, están aquellos imbéciles que en esa misma cita olímpica se colgarían el oro, la plata y el bronce, y con récord del mundo.

Hace un rato leía un artículo de La voz de Galicia, un medio gallego, que Hacienda le reclama a un niño de 5 años 17.000 euros correspondientes a las deudas contraídas por su padre que, hastiado de partirse la espalda para contribuir a una sociedad en la que algún momento creyó, optó por suicidarse y arrojar la toalla. Después de comprobar que el artículo era veraz y que la historia, aunque cueste entender, no es producto del imaginario popular de la red, me he indignado. Pero no en plan indignarse en una plaza coreando canciones reivindicativas, ni tampoco desmadrándome y tomándome la justicia por mi mano contra el primer escaparate que encuentre.

Me he hartado y como lo más afiliado que tengo en mi vida es esta columna, he querido dedicársela al gran imbécil que se inventó esa norma, ley o soberana tontería mediante la cual el niño del padre ahorcado debe hacer frente a la deuda correspondiente. ¿Cómo le van a pedir ese dineral a un renacuajo que difícilmente sabe contar hasta cinco?, te estarás preguntando. Lo hacen a través de la madre, su tutora legal.

Esa misma Hacienda que hasta no hace tanto hacía la vista gorda con los millones que sacaban de estraperlo del país con destino a una cuenta en algún paraíso fiscal. Esa misma entidad que durante tantos años no se ha dado cuenta de que aquí los sobres con millones en negro volaban más y en mejores condiciones que cualquier menorquín. Los mismos que no han sido capaces de ver nada de eso pero sí de detectar un agujero de 17.000 euros a nombre de un niño y una madre que ejemplifican los apuros económicos que aún son, desgraciadamente, la realidad de este país.

Yo no sé qué clase de imbécil soy, ni cuántas medallas me llevaré en la próxima olimpiada, amigo lector. Pero hay que tenerlos muy bien puestos para pasarle esta factura a un chaval que nunca tendrá a su padre para enseñarle lo canalla que puede llegar a ser la sociedad. Ni enseñarle cuántos tipos de imbéciles se pueden llegar a clasificar.

dgelabertpetrus@gmail.com