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Estoy seguro de que este será mi último artículo. La situación se ha hecho insostenible. Joan y yo llevamos tres días encerrados en el bar de El Toro, en el centro de la isla de Menorca. Las provisiones se acabaron hace ya dos días, solo nos queda media sobrasada reseca y dos botellas de gin Xoriguer. Escribo estas líneas desde mi teléfono móvil al que le queda apenas un 10 por ciento de batería, espero que aguante. Lo escribo además sin saber si llegará a «Es Diari» , y si llega, si alguien lo podrá leer.

El origen de la epidemia nunca ha estado claro. Algunos sostenían que todo empezó en uno de los barcos que trasporta las toneladas de basura que generamos, y que la chapucera planta de Milà dejó filtrar a los pozos contaminando gran parte del agua potable. Otros apuntaban a que el origen estuvo en la feria del campo que se celebró en Alaior, al parecer una vaca frisona venida de Mallorca mordió a un miembro del jurado, y la excesiva cantidad de hormonas en sangre, del miembro del jurado que era culturista, desencadenó la tragedia. Unos pocos hablaban del pimentón adulterado de una remesa de sobrasadas que se vendieron en el mercado negro. Después de una década de miseria donde los impuestos se hicieron insostenibles, y de unos billetes de avión que constaban lo mismo que un diamante, todos los comercios legales cerraron, y la única manera que tenía la población para alimentarse eran los mercados clandestinos. Otros hablaban de un grupo de turistas alemanes que vino en un crucero donde se sirvió salchichas en mal estado, y un señor de Hamburgo empezó a echar espuma por la boca y mordió a una guía turística de Ciutadella al grito de «Merkel acabará con todos». La prensa casposa de siempre afirmó que detrás del brote estaba ETA. Ahora nada de eso importa.

Los primeros casos llegaban al hospital Mateu Orfila a un ritmo endiablado, las tijeras impuestas en Sanidad habían dejado la plantilla en cuadro y faltaban manos en todos los servicios. Muchos en los primeros momentos no le dieron importancia, pensaban que era un grupo de estudiantes que con la miserable ley Wert se habían quedado atontados.

La clase política reaccionó, como era costumbre, muy tarde. Incluso algún ilustre miembro bromeó afirmando: «Si no llegamos a ser Menorca Talayótica, al menos seremos Zombiliotica». Cuando tomaron conciencia de la gravedad de la situación las elites de los grandes partidos se pusieron de acuerdo y fletaron un yate de lujo de un amigo banquero para huir de la Isla, pero el exceso de equipaje, en forma de maletines y sobres de dinero negro, escoró el yate a estribor y una ligera tramontana lo hundió a dos millas de la costa, nadie lloró su desaparición.

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Las fuerzas de seguridad del Estado se vieron desbordadas enseguida, tras años ejecutando desahucios y disolviendo manifestaciones a golpes, a algunos de ellos se les había olvidado su papel de servidores públicos, al resto les afectaron los recortes como a los demás y sus medios eran escasos.

La evacuación por carretera hasta el puerto de Maó se hizo casi imposible por culpa de las megarotondas que se convirtieron en auténticas trampas de amasijos de coches empotrados y zombis descuartizados, un espectáculo más dantesco que la gala especial de Gran Hermano VIP.

La batería se ha puesto en rojo, me despido queridos lectores, si es que queda alguno. Esos gruñidos me van a volver loco... ¡Oh Dios mío!, ¡no me lo puedo creer!, me acaba de entrar un Whatsapp.

conderechoareplicamenroca@gmail.com