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Soy un robot con capacidad de pensar y darme cuenta de las cosas. ¡Cómo avanza la tecnología! Doy gracias a mi creador, que me quiso hacer a su imagen y semejanza, aunque para mi gusto hubiese sido mejor un proyecto más ambicioso y creativo. De pequeño me limitaba a realizar cálculos matemáticos a gran velocidad y los humanos dejaron de contar con los dedos. Mi programación era sencilla pero sus efectos espectaculares. Yo no era consciente, por supuesto, y vivía feliz con mis circuitos en perfectas condiciones. Hasta llegué a jugar al ajedrez contra los grandes maestros. Al parchís no era tan bueno por el tema del azar, que aún no acabo de entender del todo.

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A medida que fui creciendo pude sustituir a los humanos en un montón de puestos de trabajo. Todavía quedaba lejos la primera huelga robótica y, por supuesto, salíamos mucho más rentables para cualquier empresa. Éramos simples pero eficientes. Hasta que se les empezó a ocurrir aquello de diseñarnos con inteligencia artificial. Y claro, con la inteligencia llegó la conciencia y con ella los cortocircuitos. Empezamos a incumplir los mandamientos que nos habían dado y a darles miedo. El dron se hizo ladrón, la computadora espía y el androide asesino. Cada robot tomaba decisiones por su cuenta y riesgo. Yo, por ejemplo, estoy capacitado para realizar complejas operaciones a corazón abierto, pero me matan los celos y me angustio al pensar en la chatarra.