Escribo esto al final de un domingo 'tramontánico' en Menorca. He pasado por Fornells, he asomado la cara a la bocana después de despedirme de mis amigos y me han entrado ganas de devolverle el soplido a ese viento descontrolado. Habría ganado él.
Las frases hechas, los clichés y los refranes pesan más de lo que creemos en nuestros procesos mentales (el corazón en un puño; se echa el tiempo encima; a buen entendedor) pero de tan gastadas todas ellas, pierden fuerza cuando hablamos o escribimos y ya no golpean igual. Hoy no he podido evitar pensar, ante ese viento feroz, iracundo a trompicones, en una de las frases de este 2015: «Soplan vientos de cambio». La palabra cambio nos la vendieron ya hace unos años (nos venden la moto cada dos por tres: y van dos fórmulas recurrentes en una) y el cambio se ha producido, pero a peor (más desigualdad, más corrupción, más censura, más recortes en derechos básicos, más poder para los poderosos y más injusticias para la mayoría ya nada silenciosa). Ahora, los mismos (los mismos rostros en el PP, eternos en sus asientos, y los mismos aires de nada en el PSOE) nos quieren timar de nuevo con otro cambio de los suyos. Pero el cambio no se vende más, va a lo suyo, sigue su propia brújula (en la historia siempre ha sido así): sería mejor decir, entonces, que se avecinan cambios de viento (a veces basta con darle la vuelta a lo que hemos aceptado como verdad absoluta sin cuestionarnos su origen, como una orden intocable, para provocar un pensamiento que del otro modo, tan masticado, no se da). El cambio apunta desde otro frente que muchos se obcecan en tachar de populista como si fuera aquello un insulto: dice la RAE, «populista. 1. adj. Perteneciente o relativo al pueblo». Pues eso: estupendo, ya era hora.
Cada vez más personas con sus carreras, sus sueños profesionales y sus circunstancias personales se entregan e implican voluntariamente en el trabajo político de forma temporal (como debería ser la política) en pos de ese otro cambio, con la esperanza de participar, cada uno en la medida de sus posibilidades, y de remar en la nueva dirección (otro cliché) para abrir la puerta de la ratonera austericida. Los griegos ya lo han hecho y en España también se puede: está en marcha el proceso de elección de los órganos autonómicos de Podemos y hay otros partidos que intentan también sumar fuerzas con nuevas intenciones de cara al movedizo año electoral que ha inaugurado la victoria de Syriza en Grecia.
Los griegos han hablado. No quieren seguir bajo la amenaza de una deuda (invisible) y de unos recortes presupuestarios (visibles) impuestos por la Europa merkeliana y por el FMI, que se han acatado también aquí como un mandamiento más, y que han llevado a los griegos a una velocidad de vértigo (otra imagen desgastada) a la miseria actual que abanderan y que comparten con otros países del sur de Europa (siempre hay un sur): han preferido cambiar patrones que no han funcionado y apostar por medidas urgentes más sociales y democráticas. Algo bueno, eso sí, ha salido de esta soga al cuello (que aprieta pero no ahoga, dicen los dichos) y es que los proyectos colaborativos han proliferado (como setas, por buscar otra imagen redicha) y las asociaciones ciudadanas han vuelto a autogestionarse (en Grecia, hasta han aparecido, en pleno siglo XXI, clínicas sociales para atender/administrar fármacos a personas sin trabajo y sin cobertura sanitaria ante el recorte inhumano de la troika). Los debates sobre la cosa pública, lo que nos afecta a todos, han regresado al día a día y nos hemos acercado más a un vecino (desde el de la puerta de al lado hasta el de los países primos hermanos) que empezaba ya a volverse invisible entre tanta televisión de plasma. Ahora empieza el trabajo duro para los griegos: nos servirá de guía en la jungla con los primeros machetazos pero no de espejo, como dicen, porque cada territorio es un mundo (otro tópico, y uno más, sin venir a cuento: el mundo es un pañuelo). España no es Grecia, de acuerdo, pero no existe Europa sin Grecia: no se puede expulsar al árbol de cuyas raíces bebe el bosque (por mucho que amenacen con el apocalipsis los ideólogos de esta larga crisis que ya han podido comprobar, por cierto, que sus intentos de atemorizar a la población caen en saco roto, por usar una imagen manoseada más). La revolución democrática ha comenzado y el viento, mientras tanto, sigue soplando con fuerza a esta hora en la Isla. Ruge algo menos indignado que a mediodía pero aún sigue lamentándose de no sé qué. Qué ganas de que llegue la primavera.
@anaharo0