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Resulta inevitable. Buscamos nuevas experiencias, también gastronómicas, cuando viajamos pero es agradable comprobar, y más cuando estamos lejos, que algunos de los productos locales también triunfan en el exterior. Sabores que nos son conocidos, como el del queso menorquín, y que buscamos con la mirada entre la hilera de productos que se extienden tras el vidrio de cualquier charcutería o tienda. Lo tienen o no lo tienen, pensamos inquisitivos. Muchos de los que residen en otros países se llevan una alegría cuando comprueban que sí, porque comer es algo más que alimentarse, también está asociado a momentos, paisajes, gentes. Y por un taquito de queso o un poco de jamón ibérico también, hay que admitirlo, se puede sentir añoranza.

Ahora el Consejo Regulador de la Denominación de Origen ha aprobado una idea cuando menos original: crear un voluntariado que promueva el queso típico de la isla. No se trata de hacer de comerciales sino de interesarse por su presencia en expositores de allí donde se viaje e imagino que alabar sus características y presentarlo.

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No se me ocurre mejor manera de iniciarse en el voluntariado que participando en una cata o saboreando algún plato con salsa de queso para luego explicar, a quien quiera escucharme, las razones por las que deberían ofrecer el producto. Es una buena forma de apoyar la economía local y promocionar el terruño, una noticia positiva. Ahora habrá que ver cuántos queseros sin fronteras se apuntan a la iniciativa y si eso repercute en una promoción real y un estímulo para las ventas.

La facturación del queso con denominación creció en 2013, está presente en más de una veintena de países y ahora tiene la oportunidad de ser aún más cosmopolita.