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Le llamaban la Pera, porque tenía cabeza de pera, pero invertida, con la parte ancha arriba. Su padre le compró un trajecito de marinero con gorra y todo. Se lo hizo el mejor sastre del pueblo. El sastre tomaba las medidas con meticulosidad profesional. El sastre sonreía, cortés. «¿Querrán una inscripción -preguntó- algo así como La Habana, o Marina Real» «Sí, claro», dijo el padre, «pon: En recuerdo de los gloriosos héroes de la guerra de Cuba, caídos en lealtad hacia la patria, y de todas sus familias, y aun creo que te sobrará cinta».

El sastre pensó que, ciertamente, el chiquillo tenía la cabeza grande, pero que tampoco había para tanto. Le hizo un trajecito de almirante, que la Pera estrenó el día de Pascua de Resurrección, y en la gorra, que le quedaba un tanto estrecha, escribió: «La Gloria». Y la Pera iba muy ufano con su traje blanco y sus galones. Fueron a visitar a la madrina y le regaló una palma muy airosa, atiborrada de bombones cosidos. La Pera empezó a comer bombones, y con tanto comer la cabeza le iba creciendo, y la gorra ya ponía: «En recuerdo de los héroes gloriosos de la guerra de Cuba, caídos en lealtad a la patria, y de todas sus familias».

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Fueron a misa, y la Pera cantaba a voz en cuello, y mientras cantaba se le hinchaban los mofletes, se ponía muy colorado y la cabeza todavía le crecía más y la gorra ya ponía: «En recuerdo de los gloriosos y nunca suficientemente venerados muertos, desaparecidos y heridos de la guerra de Cuba, donde se demostró que más vale honra sin barcos que barcos sin honra, y de las viudas y huérfanos, papás, mamás, prometidas, tíos, tías y familia en general de las víctimas caídas por la patria».

Pero lo más trágico vino después. La cabeza de la Pera no pasaba por la puerta. Un médico probó a sacarle el aire con una jeringa, pero nada, no había manera. El médico, dos enfermeras, el sacristán, el cura y muchos fieles empujaban el culo de la Pera, pero no lograban hacerlo pasar. Y para colmo la cabeza de la Pera estalló y se desinfló como un globo. Y la gorra ponía: «Queremos dedicar un recuerdo a los gloriosos y nunca suficientemente venerados héroes, mártires y heridos de la guerra de Cuba, donde quedó demostrado que más vale honra sin barcos que barcos sin honra, y a las viudas, huérfanos, papás, mamás, prometidas, hermanos, hermanas, abuelos, abuelas, tíos, tías y familia en general, así como amigos y amigas de los que dieron sus vidas por Dios, por la patria y por el rey».