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Las frases bonitas, las que ayudan a mostrar un mundo feliz, no solo llenan por fuera las tazas de te, sino que te las encuentras en cualquier lugar, en el espejo de la panadería, en el supermercado, en los anuncios, en los hoteles. La vida cotidiana está saturada de palabras de color de rosa. Es como la música ambiente, la que no se escucha pero que pretende hipnotizarnos, acompañarnos hasta ese producto que no necesitamos y que al final compramos por simpatía.
Dicen que Mr. Wonderful es el autor de muchas de esas frases de «buen rollo». Nadie parece saber quién es el tal Wonderful, pero en su web se indica que «somos una empresa feliz». Sospecho que se trata del Gobierno, aunque no puedo asegurarlo. Hay pruebas que apuntan a esa autoría. La intención es evidente: si todos nos convencemos de que el mundo es mejor de lo que pensábamos, de que somos felices con lo que tenemos, al final vamos a conseguir que la realidad se parezca a lo que dice la taza de te.
La campaña de la lotería de Navidad es un claro ejemplo de ese plan perfecto urdido por Mr. Wonderful. El pobre vecino que no compró el décimo, quizás porque necesitaba los 20 euros para comer, se resiste a participar del mundo feliz, se arriesga a ser un marginado, y todo es maravilloso cuando el jefe del bar (el presidente del Gobierno) le guarda la subvención que le transporta a la felicidad más absoluta.
Es el mismo dueño del bar que nos anuncia el fin de los días de penuria, la recuperación de la esperanza, la meta tras el esfuerzo, el premio que todos y cada uno de nosotros merecemos. Como aseguran todas las fotocopias de los manuales de autoayuda, si estamos convencidos de que lo peor ha pasado ya hemos dado el primer paso para que las cosas mejoren. Y para votar en consecuencia.