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Los maestros son para el niño una prolongación de los padres mientras los profesores son modelos para el adolescente: referencias inequívocas por ser los primeros extraños que se aproximan a su intimidad, que hurgan en su intelecto, que censuran o alaban sus pensamientos, que reprueban o elogian su conducta. En lo sucesivo los adultos que irá encontrando el jovencito en su camino engrosarán los diferentes bandos originados por estas relaciones en su subconsciente. Por la influencia que llegan a ejercer sobre su incipiente personalidad, los profesores serán recordados cada vez más a lo largo de los años.

Pero, claro está, unos recordarán más a unos profesores y otros, a otros. Sin embargo los perpetuados no serán solo los afines, por empatía, sino los especiales, los arquetípicos, los que sobresalen por sus rasgos negativos –irascibles, nerviosos, despistados, etc- o bien positivos –sólidos, bondadosos, equitativos, etc. En estos últimos descubre el adolescente lógicamente las propiedades a adoptar. Simientes que devienen con el tiempo árboles grandiosos. Uno percibe, un día, que alguno de ellos lo moldeó como por arte de magia.

Otra cosa son los religiosos. Despersonalizados por motu proprio, en aras de una creencia: la disciplina, un código común basado en que el adolescente sabe que a la hora del deber no viene a cuento el placer y por lo tanto no queda más remedio que a las primeras de cambio asignar un castigo, sin explicaciones por sobreentenderse lo evidente. Método que yo comparto absolutamente siempre y cuando la reprobación no sea sañuda y el castigo, personalizado, potencie al infligido en sus puntos más débiles.

Pero, claro, esto son recuerdos de antaño, cuando la vida se reflejaba en blanco y negro. Desde que los colores prorrumpieron en el mundo los profesores han ido perdiendo entidad en la proporción que la adquieren los personajes de ficción con los cuales comparten ahora la influencia sobre el alumno. Incluso la clerecía ha experimentado el cambio. Abandonaron además de la sotana, la trigonometría correccional y se han subido al carro de las explicaciones y las réplicas que tampoco es en modo alguno desdeñable.

Los profesores siguen siendo de todos modos un ejemplo. Su trabajo, sin embargo, ahora consiste -además de impartir la materia que estudiaron-, en difuminar la viveza chillona de los alumnos y de algunos padres de nueva coloración.

florenciohdez@hotmail.com