Muchos no se habían repuesto aún del susto propiciado por Montserrat Caballé, Raphael y compañía en aquel anuncio de extraños gestos y sospechosas melodías del Sorteo Extraordinario de Navidad de 2013 de la Sociedad Estatal de Loterías y Apuestas del Estado, cuando ha llegado el nuevo spot con un hombre parecido al doctor House (no lo digo yo, lo he visto en un 'meme', por si creían que se iban a librar), envuelto en lágrimas y precariedad, que pretende (y consigue) enternecer a (casi) toda España a base de emociones a bajo coste (a 21 euros: café + décimo). Lo logra gracias a una de las pesadillas más recurrentes desde que empezara esta forma discreta y navideña de recaudar impuestos por parte del Estado, allá por 1812, tras la Constitución de Cádiz, y que permite desde el año pasado a las arcas públicas quedarse, además de su porcentaje de venta, con el 20 por ciento de los premios superiores a 2.500 euros.
La pesadilla es de sobra conocida: todos en tu entorno, excepto tú, han comprado el cupón ganador en el trabajo (para los que lo tengan a estas alturas), en el bar nuestro de cada día o en cualquier otro lugar de una lista de tamaño proporcional al pavor de ser el único desdichado: como el pobre Manuel. La salida milagrosa de la miseria estaba a un golpe de cartera (vacía). Suerte que su amigo Antonio, el dueño del bar (que por cierto, existe: se llama La Muralla, está en Villaverde Alto, en Madrid, y parece que despacha ahora como churros décimos y cafés y ese sí que puede ser un premio para los dueños), le vende, generosamente y en medio de la algarabía, un décimo ya premiado en un sobre con su nombre. Compartir es vivir, o como dice el comercial dirigido por Santiago Zannou, a cargo de la agencia Leo Burnett (brillante en lo que a marketing y producción se refiere): «el mayor premio es compartirlo». Se han grabado otros fragmentos sobre el éxtasis de otros parroquianos del bar de Antonio que se irán emitiendo hasta que ya se confundan con los agraciados de la vida real en los informativos del 22 de diciembre.
Precisamente esto, el hecho de ver a los ganadores (y su emoción) es una de las mayores trampas, según explica Dan Gilbert en una charla TED sobre nuestras expectativas erróneas: «Si exigiéramos a los canales de televisión que mostraran entrevistas de 30 segundos con cada uno de los perdedores cada vez que entrevistaran a un ganador, los 100 millones de perdedores del último sorteo necesitarían nueve años y medio de su atención continua solo para verlos decir '¿Yo? Yo perdí'; '¿Yo? Yo perdí'. Ahora, si ven nueve años y medio de televisión —sin dormir ni ir al baño— y vieran pérdida tras pérdida tras pérdida, y luego, al final, vieran 30 segundos de 'Y yo gané', la probabilidad de que jugaran lotería sería muy pequeña». Que hablen las matemáticas: la probabilidad de llevarse el Gordo en España es remota, en concreto, de 1 entre 100.000 y la crudeza de la situación que vivimos no cabe en los anuncios (ni edulcorada con nieve artificial en un barrio obrero). No caben los datos del paro ni otros: el 27,8 por ciento de la población balear se encuentra en riesgo de pobreza y exclusión social, según el último informe FOESSA, de Cáritas. La desigualdad aumenta, la clase media se extingue como lo hicieron los dinosaurios, los derechos se recortan cada día con decretos leyes y mientras, nos manipulan para que confiemos nuestro futuro nada menos que a la suerte. Un futuro tapiado precisamente por un modelo opaco y corrupto, alejado de las personas, orientado a favorecer a la casta, las financieras, las grandes multinacionales y sus negocios privilegiados y 'púnicos' frente al apaleado pequeño y mediano empresario. Nos invitan a abandonarnos a nuestra suerte o lo que es lo mismo, a que nos parta un rayo, que por lo visto, también es cuestión de probabilidades (una entre un millón, dicen; más posible que la de acertar las seis cifras de la Lotería Primitiva, que es de una entre catorce millones). Por lo visto, todo vale. También vale jugar con las emociones: la lotería como única esperanza en una economía fallida (para la mayoría). El anuncio deja claro por qué no se desploma del todo España: por la ayuda familiar, por asociaciones y colectivos que penden de un hilo y por la solidaridad de los que están cerca, que, si no cambiamos las políticas y la visión de futuro, también dejarán de ayudar porque no podrán sostenerse a ellos mismos: ¿entonces, qué? Hagan juego.