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Hace dos semanas, Alex Christopher LaBeouf estaba trabajando de cajero en los grandes almacenes Target de una localidad de Texas. Una persona desconocida se quedó prendada de su belleza. Aquel joven de 16 años, de complexión delgada y pelo rubio, parecía un doble de Justin Bieber. La desconocida no quiso perder el tiempo y decidió inmortalizar al apuesto joven justo cuando se disponía a introducir una botella de agua en la bolsa de plástico. Unas horas más tarde, la joven había subido la foto a Twitter y había nacido el hashtag #AlexFromTarget. Al poco tiempo la imagen del cajero texano circulaba por medio mundo con miles de comentarios. Había nacido un trending topic. Enseguida comenzaron los fotomontajes. Una imagen representaba a miles de adolescentes entusiastas gritando emocionadas por la visión del doble de Justin. En otra se veía a la inesperada estrella concentrada en su tarea con un mensaje superpuesto: «¿Te imaginas a Alex susurrando a tu oído si quieres bolsa de papel o plástico?». Cuando el joven llegó al trabajo, su jefe le pidió explicaciones. «¿Qué esta pasando aquí?», le preguntó. El apuesto cajero levantó los hombros. No tenía ni idea. Cuando le mostraron la foto subida a la red social, quedó alucinado. Las chicas empezaron a pedirle matrimonio a través de la red social. Como es lógico, era necesario «eliminar» a la competencia. No tardaron en llegar mensajes amenazantes a la novia del cajero. Una seguidora escribió un tuit en el que decía: «Te encontraré y te mataré». Después de una semana, el joven había pasado de tener 144 seguidores en su perfil a más de 600.000. Su fama había alcanzado tal punto que la presentadora Ellen DeGeneres le invitó a su programa para entrevistarle. El joven dijo que, en realidad, no entendía qué estaba pasando. Al fin y al cabo, no había hecho nada relevante para ser famoso.

En menos de diez años, las redes sociales se han convertido en una parte integrante de nuestra cultura. Gracias a la generalización de los teléfonos inteligentes, podemos estar permanentemente conectados a una realidad virtual que se crea de manera incesante mediante comentarios, tuits, fotos y videos. De esta manera, asistimos a un proceso de «supersocialización» que requiere mucho esfuerzo y dedicación si se quiere estar a la altura. Si una persona conocida ha publicado una foto en una playa paradisíaca de Las Maldivas, nos sentimos obligados a publicar un comentario y desearle que disfrute mucho su estancia. Es posible, por el contrario, que estemos un poco cansados –o, quizá, hasta envidiosos- y limitemos nuestra interacción a pinchar en la opción de «Me gusta». Cuando alguien envía una fotocomposición graciosa sobre algún asunto de actualidad, al menos debemos colaborar y escribirle «jajajajaja». Si alguien nos sigue en el Twitter, parece que debemos responder a la invitación y hacernos admirador de sus interesantes aportaciones. Tenemos que dejar comentarios ingeniosos a aquellos que han ensalzado nuestras aportaciones. Lógicamente, estos quehaceres llevan su tiempo. Según un estudio realizado por Ipsos Open Thinking Exchange, el tiempo medio de permanencia en las redes sociales es de 3,2 horas al día. Este dato supone que, de media, podemos pasar 22,4 horas a la semana navegando en el mundo virtual. Se trata, desde luego, de un dato llamativo. Si descartamos el trabajo, ¿a qué otra actividades dedicamos tantas horas? ¿A cuanta gente conocemos que a lo largo de la semana juegue al pádel, salga a correr o a pasear al perro durante 23 horas? ¿Se imaginan la cantidad de divorcios que se evitarían si dedicáramos 23 horas semanales a dar masajes a nuestra pareja? ¿Qué podríamos conseguir si invirtiéramos ese tiempo en estudiar cómo podemos mejorar nuestro mundo?

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La historia de #AlexTheTarget demuestra hasta qué punto necesitamos de ese «otro» mundo virtual. Ya no nos basta con ir a un restaurante y degustar la comida. Ahora tenemos que hacer una foto, subirla a la red, etiquetar a nuestro acompañante y felicitar (o criticar) al chef. No es extraño encontrar a grupos de amigos que quedan para salir y, mientras están sentados en la mesa, están mirando las pantallas de sus teléfonos. ¡A veces, incluso hablando entre ellos! Hay gente que ya no va a los museos a contemplar obras de arte. Su objetivo es fotografiar todos los cuadros –ah, y los carteles identificativos- como si fueran a editar el catálogo oficial del museo. ¿Acaso piensan que los cuadros los van a quemar mañana al estilo Fahrenheit 451? Quizá sea el momento de recordar las palabras de Albert Einstein cuando dijo que «Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad. El mundo solo tendrá una generación de idiotas».

(*) El hashtag completo es #SoloSiCompartesAlgoExistesEnElMundo