Numerosos factores se han aliado en los últimos años para alejar a los espectadores de las salas de cine. A las descargas ilegales –cuyo impacto en las taquillas se pone en duda por algunos estudios, sobre todo en grandes producciones-, se suman para la industria audiovisual la caída del gasto familiar en ocio y la subida de impuestos. En más de un 40 por ciento cifraba recientemente Rafel Salas, consejero delegado de Ocimax, el descenso de espectadores respecto al inicio de la crisis, a la vez que lamentaba el incremento del IVA sobre el precio de las entradas del 8 al 21 por ciento.
Aunque la industria alegue que ese aumento recae en su cuenta de explotación, solo hay una respuesta que ofrecen los que acuden a las salas en días del espectador y explican por qué no lo hacen más a menudo: el cine es muy caro. Puede que para el que vive de ese negocio no lo sea tanto, que cuando se descuenten gastos no le resulte todo lo rentable que quisiera, pero para su cliente final, ese es el motivo principal por el que no va a más estrenos. Ese y la calidad, o el tirón comercial de la oferta, porque cuando un filme conecta con el público éste lo respalda en taquilla.
Pese a la comodidad de ver una película en el sofá o de la competencia on line, el encanto de salir y acudir al cine, de sentarse frente a la gran pantalla, permanece. Por eso son positivas iniciativas como la Fiesta del Cine, que desde ayer y hasta mañana permite disfrutar a precio reducido de la cartelera, en más de 300 salas y de tres mil pantallas de toda España; también en las de Maó y Ciutadella. Un momento para apoyar esa oferta de ocio, que a buen seguro echaríamos de menos si llegara a desaparecer, y de disfrutar de ese séptimo arte que tan buenos ratos nos da.