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Nunca deberíamos dejar de sorprendernos. Por años que se tengan, por más que se haya vivido, por más que se haya sufrido, gozado, llorado o reído, no deberíamos perder nunca, queridos lectores, la capacidad de asombro, es muy triste estar de vuelta de todo, y muy aburrido.

A mí me sorprenden hechos extraños a los que no encuentro una explicación sencilla. No sé, por ejemplo, por qué la señora Botella, la alcaldesa salida de la abdominal perdida de Aznar, le dedica una plaza a Margaret Thatcher, si ella y su partido repiten cíclicamente eso de «Gibraltar español», a menos que la ínclita alcaldesa saliente desconozca que Thatcher fue la primera ministro de Gran Bretaña durante años y no se le ocurrió devolver Gibraltar ni por asomo. No soltó las islas Malvinas que le pillaban más lejos y tienen un clima asqueroso, iba ella a soltar el Peñón con el solecito que hace. Pero Botella es así, igual te da unas clases de inglés, que hace macedonia con peras y manzanas para explicar lo de los matrimonios homosexuales, que te coloca unos bancos de metal muy incómodos para que los mendigos no duerman a gusto porque ya dijo que no eran buenos para el turismo.

En nuestra isla me sorprendió que las cámaras de vigilancia instaladas en Maó no detectaran a tiempo la invasión británica que sufrió la ciudad durante el fin de semana. Pensé que, envalentonada por lo de Escocia, la reina Isabel II había decidido recuperar todas las antiguas colonias. Al comprobar que solo era una recreación lúdico festiva mi decepción fue mayúscula, yo me apunto con pasión al grito de «¡Menorca gibraltareña!», con su estatus y su dinero viviríamos mejor, y además sin esos monos tan molestos que tienen ellos.

Me sorprende, sin duda, que los precios de los billetes de avión no dejan de subir, que perdamos la conexión directa con Londres, adiós a mi sueño de colonia de ultramar, que los buques se choquen contra los muelles, que los rusos, a los que dimos una pasta gansa, se vayan por patas de vuelta a Moscú dejando tirados a un montón sin vuelo para regresar a la patria del demócrata Putin: «me sabe mal továrishch pero se acabó la conexión Plaza Roja - Monte Toro hasta nuevo aviso, con los rublos para casa». Y que timofónica deje sin conexión a todo el que pilla por delante, «la Isla está apagada o fuera de cobertura en estos momentos, pero no se preocupen en breve tendrá unas rotondas muy chulas para dar vueltas, una macrotienda de deportes para comprar calcetines traspirables baratos, y un parque acuático con descuento de residente para tirarse por el tobogán Banzai».

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Ya les digo que de la Isla solo podrán salir los participantes en la triatlón de Fornells, si solo nadan, y dejan lo de correr y la bici, igual tocan costa en un par de días. Propongo que los neoprenos sean subvencionados por el Govern para aquellos que tengan familia fuera.

Me sigue sorprendiendo la cantidad de buena gente que muere de mala manera en cualquier lado, y que la mala gente, la mala de verdad, muera en sabanas limpias recién planchadas. El que se habitúa a que crezca la pobreza mientras los supermillonarios se aburren de contar pasta, y eso le lleva a la resignación, tiene muy poquito que aportar, porque una cosa es acostumbrarse a vivir con el dolor, y otra, muy diferente, aceptar que el dolor es bueno.

Claro que algunos solo se sorprenden al ver una cabra en la casa de Gran Hermano, bueno, de eso se aprovechan, ¿No?


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