Casi ochenta mil personas solo en Menorca transitaron el pasado fin de semana por el Aeropuerto y unas 680.000 en las terminales de Balears. Son cifras que dan idea del movimiento que genera la industria turística y que ponen a prueba todo su engranaje.
La mayoría de esos pasajeros desfilaron entre el viernes y el domingo rumbo a sus ciudades de origen, bronceados, con las indumentarias veraniegas, cargados de equipaje y con más o menos resignación, dispuestos a encarar el retorno a sus hogares: el trabajo, los estudios, los horarios.... en fin la rutina, que ya sea en Glasgow, Barcelona, Hamburgo o París, viene a ser la misma. El orden cotidiano roto por ese intervalo estival que cada uno intenta pasar como quiere o mejor puede, unos sin moverse de la tumbona, atiborrándose de sol y playa, y otros concentrando en pocos días todas las actividades que no han podido realizar durante el resto del año.
Y aunque todavía falta para el invierno, en una semana serán muchos miles más los que nos abandonarán, y a medida que se vacían nuestras playas y hoteles, irán llenando las ciudades en las que hasta hace poco se podía circular sin agobios.
Muchos han apurado hasta el último momento ese paréntesis de agosto porque trabajaban al día siguiente, el lunes de la vuelta a todo, de la reconexión. El sector busca incansable alargar la temporada y atraer turismo fuera de ese momento punta del verano, y aunque es cierto que cada vez más gente opta por escapadas cortas el resto del año (si dispone de transporte asequible para hacerlo), septiembre es septiembre. Sinónimo de fin y comienzo de un ciclo, de los avances de moda otoñal y de olor a libros nuevos en las mochilas escolares. Nuestro ritmo, y el de los que nos visitan, viene marcado por las empresas, por la concentración de las vacaciones en un mes habiendo doce, y por el de los niños y su vuelta al cole.